11. La nota de Nina





Cuando la madre de Nina entró en el apartamento y vio la nota de despedida de Nina, dejada de manera que pudiera ser vista fácilmente, tuvo el presentimiento de que contendría alarmantes noticias que estarían relacionadas con su hija.

—¿Nina, estás aquí? —llamó la madre. Pero estaba segura de que su hija no estaba en el apartamento y, posiblemente, tampoco estaría ya en la localidad. ¡Sin leer la nota ya tuvo el presentimiento de que Nina había huido!

Leyó la nota presa de una gran ansiedad y pudo confirmar que se habían cumplido sus temores.

—Es de Nina —le dijo a su confundido amante—, ¡se ha escapado con Nano! ¡Dios mío!, ¿cómo ha podido hacerme algo así? ¿Dónde habrán ido? ¡Solo es una niña, y no sabe los peligros que puede correr con esta escapada!

Se dejó caer sobre el amplio sofá y releyó una vez más la dramática nota de despedida de Nina.

—¡Es culpa mía! ¡Yo la he echado de mi lado! Más tarde o más temprano tenía que suceder. No he sido una buena madre, y ahora pagaré todas mis culpas, ¡porque soy la única responsable de lo que le pueda suceder!

Tras una nueva lectura no pudo evitar un amargo sollozo y le invadió un profundo sentimiento de culpabilidad.

—Ha visto las fotografías de tu móvil —le dijo a su jefe entre sollozos—, piensa que soy una fulana, ¡y lleva razón!

Su jefe se sentía molesto y no deseaba participar de aquel drama familiar. Ella tenía que resolver sus problemas, que a él no le incumbían. Había venido a pasar unos días de descanso, con su secretaria y su amante y olvidarse de sus propias preocupaciones, pero no estaba allí para crearse más problemas. Se revolvió inquieto y esperó a que ella se calmara.

—Bueno —dijo después de meditar una drástica decisión—, creo que yo ya no pinto nada aquí. Mejor me marcho hoy mismo. Espero que tengas suerte y des con el paradero de tu hija… Ya hablaremos de nuestro futuro cuando regreses al despacho.

Pero la madre de Nina no escuchaba, porque seguía sollozando y releyendo una y otra vez la escueta nota de despedida de Nina.

—¿Cómo he sido tan ciega que no pude prever que esto podría suceder? ¡Ella misma me había pedido quedarse con sus abuelos! ¿Por qué la obligué a que me acompañara? ¡Y ha visto esas fotografías! ¿Qué pensará de mí? ¡Que soy una puta; eso es lo que soy! ¡He perdido a mi hija, nunca podré presentarme ante ella con la cabeza alta y sin avergonzarme de mi comportamiento!

Cuando consiguió serenarse e intentó pensar qué hacer para recuperar a su hija, su jefe había terminado de hacer su pequeña maleta y estaba vestido para el viaje de regreso.

—¿Te vas tú también?

—Sí, me marcho, este no es mi problema. No estoy para dramas. Esa no era la idea de nuestras vacaciones. No te pagué el alquiler para esto. ¿Por qué tenías que traer a tu hija? Se supone que estaríamos solos tú y yo. No eres mala secretaria, pero me estás resultando demasiado cara y no me compensas como se esperaba. En cuanto a las fotografías, las he vendido a un portal de Internet, pero no ha sido suficiente para cubrir una décima parte de todos tus gastos. No eran lo suficientemente originales y hay mucha competencia en ese mercado. Pero este no es el momento más adecuado para hablar de negocios. Adiós, y que tengas suerte con lo de tu hija, ¡pero creo que la chica ha hecho lo que te mereces!

La madre de Nina no sabía que responder. Su jefe la trataba como si se fuera una prostituta. Tal vez lo era, al menos se había comportado como ellas, pero sin la dignidad de las profesionales.

Antes de abandonar el apartamento, su jefe le advirtió:

—No voy pagar el alquiler de la próxima semana, por lo que tendrás de dejarlo libre antes del lunes.

Y cerró la puerta dando un violento portazo.

La madre de Nina no reaccionó, su sentimiento de culpabilidad la abrumaba y le impedía pensar. Permaneció postrada sobre el sofá, con la mirada perdida en el trozo de cielo que se divisaba desde los grandes ventanales del salón. En vano intentaba encontrar una justificación que aliviara su angustia, porque era tan evidente su irresponsable comportamiento que no había nada que la disculpase.

Lentamente fue saliendo de su estado de turbación y pudo volver a pensar con cierta lucidez y hacerse cargo de la situación. Al menos, pensó con cierto alivio, había huido con Nano, de quien tenía una excelente opinión, y le consolaba pensar que cuidaría de Nina y la protegería de cualquier peligro. Sí, estaba segura de que Nano sabría protegerla mucho mejor que ella misma. Por eso había huido con él.

«Tengo que encontrarla y pedirle perdón, y que podamos empezar de nuevo nuestra relación como madre e hija sin sombras o mi vida será un infierno —se dijo a sí misma—. ¿Pero dónde han podido ir? Tal vez en el piano-bar donde actuaba Nino sepan algo sobre ellos.»

Sin poder ocultar su angustia en la expresión de su rostro, se dirigió al bar de la playa, donde ya había otro joven al cuidado de las hamacas.

—Lo lamento —le informó el dueño del bar—, pero no tengo ni idea dónde ha podido ir Nano después de que le despidiera, pero tampoco me interesa saberlo. Desde que llegó su hija descuidó sus obligaciones y tuve que despedirle.

—Señora —intervino el joven que había escuchado la pregunta—, Nino me dijo cuando recogía sus cosas de su habitación que se iría en el autobús de las 12:30. Estaba muy excitado, porque no se iba solo, sino que le acompañaría una amiga suya, que debía ser su hija. Deben estar ya en la capital.

—¿Y no te dijo nada más, como dónde pensaban ir después?

—¡Ni una palabra!

No era mucho lo que sabía, pero tal vez todavía permanecían en la capital. Volvió precipitadamente al apartamento, hizo ella también su maleta de viaje, se vistió con la ropa adecuada y emprendió viaje a la capital.

«¡Quiera Dios que todavía estén allí!» —pensó esperanzada.

Durante todo el viaje no pudo apartar de su mente cuál sería la reacción de Nina si se volviesen a encontrar. ¿Tendría el suficiente valor de sincerarse con su hija y contarle por qué le ayudaba su jefe y amante? Las fotografías que había visto Nina no eran las únicas. Ella había aceptado posar para una publicación exclusiva de adultos, pero su jefe le había garantizado que aquellas imágenes no se publicarían donde su hija pudiera verlas. Lamentablemente las vio en el móvil de su amante ¡y ya el mal estaba hecho! ¿Cómo justificarse ante Nina por su conducta? ¿Debía renunciar a ella para que no se avergonzara de su madre?

Su sentimiento de culpa seguía oprimiéndole el pecho y era incapaz de serenarse. Conducía a una velocidad imprudente por la angosta carretera, sobre todo cuando entró en la zona de los invernaderos, porque corría el riesgo de atropellar a alguno de los muchos trabajadores que deambulaban por los arcenes de la carretera, sin tomar precauciones.

Cuando por fin llegó a la capital, se dirigió directamente a la terminal de autobuses, donde Nina y Nano deberían haber estado. La recorrió varias veces, entró en el bar—restaurante, incluso en los lavabos, pero no había el menor rastro de los fugitivos. Desalentada y angustiada pensó que ya debían de estar lejos de allí, y si no tenía el menor rastro de dónde se dirigían, todos sus intentos por dar con su paradero parecían inútiles.

«Tal vez estén en la estación de ferrocarril, y todavía no hayan abandonado la ciudad» —pensó al borde de la depresión. Pero en las estación del ferrocarril tuvo el mismo negativo resultado. Descorazonada, se dejó caer sobre uno de los asientos de la sala de espera y se repitió a sí misma que había perdido irremediablemente a su hija, y solo ella era la culpable.

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