17. La mecenas





A la mañana siguiente Nina se despertó en el dormitorio reservado a invitados, descansada y animada. Nano, que había dormido sobre un amplio y confortable sofá en el salón, también se despertó con el mismo optimismo. La ayuda de aquella amable mujer había sido providencial en uno de los momentos más crítico de su huida. De algún lugar de la casa venía un agradable aroma de café recién molido, y ya se escuchaba el ruido de los niños jugando en sus dormitorios.

—Buenos días, Nina, ¿has dormido bien? —le saludó entrando en la habitación—. Tu amigo ya está listo para proseguir vuestra aventura. Os he preparado un buen desayuno para que tengáis fuerzas suficientes para cargar con esas pesadas mochilas y las guitarras.

—¡Gracias, es usted muy amable!

—Tu amigo me ha contado tu historia y comprendo que hayas tomado la decisión de alejarte de tu madre, pero, a pesar de todo, creo que deberías hacerle saber que estás bien, aunque no le digas dónde estás. Por muy mala madre que sea no es necesario que le hagas sufrir por la incertidumbre de no saber nada de ti. Supongo que tendrás un móvil. Puedes enviarle un SMS para tranquilizarla. ¿Me prometes que lo harás, Nina?

—Pero no tenemos móvil…

—Puedes enviarlo desde el mío.

—¡Sí, lo haré!

—Toma mi móvil, enviáselo ahora mismo y después baja a desayunar.

La mujer le dejó el teléfono y Nina escribió:

«Mama, sé que habrás sufrido por mi huida, pero no debes preocuparte, porque nosotros estamos bien. Nina».

El mensaje era escueto, pero Nina creyó que era suficiente, y su protectora también pensó que tranquilizaría a su madre.

—¡Así está mejor, tenéis que demostrar que os comportáis con la responsabilidad de los adultos, aunque a veces los adultos seamos más irresponsables que nuestros hijos adolescentes!

Nina asintió con una melancólica sonrisa.

—Como madre y mujer me gustaría darte un consejo: Nina, no compliques más tu situación con un indeseado embarazo. Tu amigo parece un buen chico y lo comprenderá. Ya tendréis tiempo de disfrutar del sexo cuando podáis llevar una vida normal, ¡y hasta puede que os caséis!

Nina se ruborizó, pero, al mismo tiempo, el recuerdo de lo que había sucedido en la playa la noche de su primera actuación le entristeció.

¡Gracias, sí, seguiré su consejo… Si mi madre me hubiera hablado así…

—Vamos, vístete y baja a desayunar que el café se estará enfriando. —la interrumpió.

Cuando se reunieron los tres en la gran cocina para el desayuno, la anfitriona se interesó por los planes de la huida de Nina y Nano.

—Intentamos encontrar unos amigos de Nano que forman una orquesta para amenizar los bailes de los hoteles. Esperamos que ellos nos ayuden y yo pueda encontrar un lugar tranquilo para componer un montón de canciones que tengo en la cabeza.

—Entiendo —contestó la anfitriona, mostrando un vivo interés por ellos—¿Y qué haréis si no los encontráis o no pueden ayudaros?

—Nos ganaremos la vida cantando en la calle y tal vez nos admitan en algún club… —respondió Nano, sin demasiada convicción, porque él también temía que no los llegasen a encontrar, o si los encontraban, que no quisieran asumir la responsabilidad de ayudar a dos menores fugados—. ¡Algo encontraremos para sobrevivir!

—Nano, eres muy optimista, pero ¿qué canciones cantará Nina si no las ha podido componer? ¡De la cabeza no sale música!

Nina asintió con una leve sonrisa.

—Tengo un buen abogado, espero que pueda sacarme del lío en que me voy a meter con vosotros, pero siempre he deseado ser la mecenas de algún artista con talento, y creo que por fin me ha llegado la oportunidad de hacerlo. ¡Creo que yo os puedo ayudar! Tengo una vieja casa en el campo, heredada de mis abuelos, no muy lejos de aquí, rodeada de naranjos, donde podéis trabajar y componer todas esas hermosas canciones que Nina lleva en la cabeza. Está habitada por un matrimonio encargado del cuidado de los naranjos, pero la casa es suficientemente grande para que podáis compartirla sin que os molesten. ¿Qué decís, os parece bien la idea?

Nina y Nano estaban sorprendidos por aquella extraordinaria oferta, y ambos contestaron prácticamente al unísono:

—¡Nos parece maravillosa!

—Entonces pongamos manos a la obra y preparemos todo lo que os hace falta. Yo os llevaré hoy mismo con mi coche.

En ese momento irrumpieron en la gran cocina los cuatro hijos de la mecenas y se dieron los buenos días con gran profusión de besos y abrazos.

—¡Buenos días, mami! —dijo el más pequeño—. ¿Se quedarán a vivir con nosotros? —preguntó a su madre señalando a los asombrados músicos.

—No, cielo, pero vivirán algún tiempo en la casa de los abuelos.

—Yo también quiero vivir en la casa de los abuelos, porque tiene muchos animales que me gustan.

—Ya lo sé, cariño, pero tenemos que dejarlos solos, porque son artistas y los artistas necesitan estar tranquilos para crear sus obras.

—Mami, ¿qué es un artista? —preguntó a su vez el pequeño.

—Una persona que hace cosas que nos hacen felices, como los cuentos que lees o las canciones que tanto te gustan.

—Ya entiendo.

La hija mayor saludó a Nina con un comentario sobre su actuación de la noche anterior:

—Me gustó mucho tu canción. Yo también estoy aprendiendo a tocar la guitarra, pero no sé cantar tan bien como tú. Tienes una bonita voz.

—Estos son mis hijos —comentó la anfitriona—. Silvia, la mayor, que también tiene vocación de artista, Jorge y Carlos, que como podéis ver, son gemelos. Los dos quieren ser pilotos de helicópteros, aunque no se por qué, y el benjamín de la familia, Quico, que nos tiene a todos cautivados por sus ocurrencias.

El pequeño Quico se acercó a Nano, le cogió de la mano,y le dijo:

—Mi papá sabe tocar la guitarra, pero ahora está en el Cielo.

Nano cambió una significativa mirado con su madre.

—Sí, cariño, y debe tocarla para que le escuchen los angelitos… —y dirigiéndose a Nano le dijo en voz baja para que el niño no lo escuchase—. Mi marido murió hace dos años en un accidente de coche. Vivo sola con mis cuatro hijos, pero ya nos hemos hecho a la idea. Solo Quico no puede comprender lo que le sucedió a su padre.

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