16. La noche de sus padres





Laura conducía con extremada prudencia, porque sentía una gran responsabilidad por el pasajero que le acompañaba. Durante el viaje de regreso apenas cambiaron unas palabras sobre los posibles destinos de los fugados. Laura seguía sintiéndose culpable, pero no tenía el suficiente valor como para hablarle sobre las fotografías que motivaron la escapada. Ella misma no comprendía cómo había consentido en posar para la revista pornográfica. La presencia de su ex-marido le recordaba una Laura totalmente distinta, que nunca habría aceptado esa proposición. Sin apenas ser consciente, y presionada por el viciado ambiente de su empleo, fue aceptando gradualmente propuestas cada vez más escandalosas, hasta caer en la pornografía. Ella solo encontraba una justificación: costear la educación musical de su hija y permitirse algunos costosos caprichos, como prendas de vestir caras de marcas reconocidas, salidas a restaurantes y espectáculos o aquellas dramáticas vacaciones en la playa. Pero en ese momento, con un testigo de excepción de su pasado, creía que el precio había sido muy elevado.

Cuando se divorciaron, Laura era ya una asidua de clubs nocturnos y restaurantes de lujo, y su marido un desempleado deprimido y desmotivado, que nunca tenía el estado de ánimo suficiente como para compartir sus deseos de diversión. Llegó un momento en que era inevitable la separación, porque Laura ya tenía un sustituto como amante, su propio jefe, con quien compartía diversiones y mantenía relaciones sexuales.

Él fue quién la indujo a la pornografía. ¿Cómo no aceptó la censura de su propia hija de su inmoral comportamiento? Tal vez —pensó cuando divisaban ya la pequeña localidad costera—no sea demasiado tarde para rectificar.

A partir de aquel momento, Laura se propuso renegar de todo lo que había sido su desordenada vida en los últimos diez años e intentar que Nina la perdonara y la aceptara de nuevo, aunque le costase su empleo y la renuncia a todos sus caprichos.

«Tal vez él me pueda ayudar». Se dijo a sí misma, pensando en su desconocido ex-marido.

—Tenemos suerte —comentó Laura al llegar al apartamento—, el restaurante todavía está abierto, pero no tardarán mucho en cerrar, podremos cenar algo si nos apresuramos. Supongo que tendrás hambre.

Aparcaron el coche y se dirigieron directamente al restaurante. Se acomodaron en una mesa junto al lado de la playa y la misma Laura decidió el plato a elegir: agujas pescadas la noche anterior. Su ex-marido estuvo de acuerdo con la elección.

Laura no se había dado cuenta de que en la mesa contigua estaban los padres de Marc.

—Magnífica elección, querida, son deliciosas estas agujas. No hay ningún sitio que las preparen mejor que aquí. Veo que nuestros maridos se han puesto de acuerdo y han venido a disfrutar de este maravilloso lugar. ¿Le gusta este pueblo? —preguntó al desprevenido ex-marido.

—Me encanta —respondió, recordando su sarcasmo de viejos tiempo—, mi mujer y yo estábamos pensando en comprar aquí un chalet, pero son demasiado baratos para nuestro presupuesto.

—¡Que buen sentido del humor tiene su marido, querida, el mío solo sonríe cuando suben sus acciones en la bolsa!

—Y cuando bajan ¿llora?

—Peor que eso, le da por cantar opera.

—Tal vez el área de Donizetti, «Una furtiva lágrima».

—¡Ja, ja. Su marido es muy gracioso, querida, debe estar muy divertida con un hombre así.

Laura estaba a punto de romper a llorar. Aquel era el joven de quien se enamoró. No había cambiado nada, solo algunas canas en las sienes. También a ella se le escapó una furtiva lágrima. Su ex-marido notó su turbación, y le preguntó extrañado:

—¿Te ocurre algo, Laura? ¿He dicho algo inapropiado? Esta mujer es una entrometida, no vale la pena tomar en serio sus chismes.

—No, no me pasa nada. Se me ha debido meter un mosquito en el ojo, pero ya ha salido.

—Por cierto —insistió la madre de Marc—, ¿cómo está su encantadora hija, Nina? Ayer no cantó en el piano-bar. Tampoco hemos vuelto a ver al chico de las hamacas, ¡hacían tan buen dúo!

Laura tuvo que levantarse bruscamente y encerrarse en los lavabos, donde no pudo evitar el llanto. Intentó reponerse y secarse las lágrimas, pero brotaban descontroladas. Mientras tanto su ex-marido respondía a la entrometida:

—Gracias por su interés. Mi hija está perfectamente, ayer mismo ingresó en un convento de clausura y Nano, creo que se ha alistado en la legión extranjera.

La mujer comprendió que se estaban mofando de ella y con un airado gesto, le volvió la espalda, y comentó algo con su impasible marido, sin que este hiciera el menor gesto. El ex-marido de Laura se levantó y pidió al camarero que le sirvieran en una mesa del interior. Instantes después Laura se reunió con él y le comentó ya más sosegada:

—La buena mujer solo se interesaba por Nina, ¿cómo iba a saber que se ha escapado con Nano?

Cuando finalizaron aquella accidentada cena, volvieron al apartamento caminando por la playa. La luna estaba en cuarto menguante y solo el lejano resplandor de las luces de la terraza del restaurante les alumbraba el camino. Pasaron por el piano-bar, pero apenas había animación. Era evidente que echaban de menos a Nino.

—Aquí es donde cantaba Nina —le dijo Laura a su ex-marido—. Ella y Nano formaban un dúo magnífico. No sé si lo sabes, pero Nina estudia música en una academia y ya sabe escribir las canciones que compone. Nano también estudia guitarra clásica en el Conservatorio. Se entendían muy bien. Supongo si se han ido juntos es porque les une su amor por la música.

—Yo no sabía que Nina quería ser cantante. La última vez que nos vimos me dijo que no estaba segura qué carrera estudiar cuando terminara el Instituto. Parecía muy confusa.

—Fue mi madre quien la animó a que estudiara música y canto, porque creía que tenía cualidades naturales y talento. Ha sido el destino quien la ha puesto en contacto con Nano. No me extrañaría que se hicieran famosos.

—¡Mi hija cantante, nunca lo hubiera podido imaginar! Yo la aconsejé que hiciera la carrera de Derecho, pero es evidente que no tenía ningún interés.

Cuando llegaron al apartamento Laura se sentía inquieta, porque no le hubiera importado acostarse con su ex-marido, pero dejó que fuera él quien tomara la iniciativa, y prefirió dormir separados.

—Yo puedo dormir en este sofá, solo necesito algo para cubrirme, aunque no parece necesario.

Laura se resignó.

—No tienes que dormir en el sofá, hay otra habitación; la que ocupaba Nina. Puedes dormir allí.

Se retiraron a sus habitaciones y se despidieron con un simple «Buenas noches», sin que su ex-marido mostrara interés por despedirse con un simple beso en la mejilla. Cuando Laura se encontró sola en la habitación que había ocupado horas antes con el amante repudiado, la actitud de su ex-marido le hacía pensar que tal vez había rehecho su vida sentimental con alguna otra mujer, y esa posibilidad agravó todavía más sus remordimientos.

«¡Me lo merezco!» —se censuró a sí misma.

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