4. La canción de Nina


Nina y su madre llegaron al bar de Nano cuando todavía no había acudido ningún cliente. Nano estaba ensayando los arreglos que había escrito para una segunda guitarra. Ambos se saludaron con un leve gesto. Nina dejó su guitarra sobre el escenario; se sentó junto a su madre en las sillas más próximas al escenario, y se concentró en los arreglos de Nano.

No había terminado de interpretarlos, cuando entraron en el piano-bar Marc, su compañero de la academia, y el grupo de adolescentes que formaban la pandilla. Todos saludaron efusivamente a Nina, y le deseaban éxito en su actuación. Instantes después entraron los padres de Marc, acompañados de los padres de otros adolescentes. La madre de Marc conocía a la de Nina, por haberse encontrado en varias ocasiones en las puertas de la academia, esperando a sus hijos.

—¡Qué curiosa coincidencia! —exclamó sorprendida—. ¡Verdaderamente el mundo es un pañuelo! ¿Veranea usted también aquí?

—Por desgracia, no. Solo hemos venido a pasar dos semanas —contestó ella haciendo un esfuerzo por mostrarse amable.

—¡Qué lástima que no puedan quedarse más tiempo, porque es un lugar maravilloso! Nosotros venimos cada año, porque tenemos una casita en la ladera. Pero mi marido solo pasa un mes con nosotros, porque tiene que atender sus negocios. ¿Y el suyo, está con usted o también es un esclavo del trabajo?

La madre de Nina se sintió incómoda y violenta, porque no esperaba que en aquella pequeña población, situada en un remoto lugar del país, pudiera encontrarse con algún conocido. ¡Por eso la habían escogido! Intentó encontrar una respuesta evasiva, para no descubrir su estado de divorciada.

—¡Todos son iguales!

—Es encantadora su hija Nina, y una gran artista. Marc siempre nos habla de ella como una se las promesas de la academia de música. ¡No nos perderíamos su actuación por nada del mundo!

Nina estaba rodeada por los amigos de Marc, pero había observado a su madre conversar con la suya y estaba inquieta por lo que pudieran estar hablando.

Poco a poco el local se fue llenando de público. Nano había escrito con grandes caracteres sobre una pizarra colgada en la entrada del local la actuación extraordinaria del nuevo dúo, «Nina y Nano», que había levantado más expectativa de la habitual.

Los padres de Marc se sentaron en la misma mesa de la madre de Nina, junto al escenario, y continuaban relatando las maravillas de la población donde tenían su residencia de verano.

—Aquí todavía se puede encontrar un sitio donde tomar el sol en la playa. Hay localidades de veraneo en este país donde ya es necesario reservar un espacio en la playa con un año de antelación.

La madre de Nina sonrió la ocurrencia, pero no se sentía con humor como para seguir aquella conversación, por lo que permaneció en silencio.

Nano estaba pendiente de la entrada del director de la discográfica, porque probablemente no permanecería mucho tiempo en el local. Le había reservado una de las mesas situadas junto al escenario. Comprobó que la megafonía tenía el volumen correcto y cuando creyó que todo estaba en orden, se unió al grupo de amigos de Marc.

El bar estaba ya abarrotado, y algunos permanecían en la puerta ante la imposibilidad de poder entrar al interior.

Mientras esperaban la visita del ejecutivo de la discográfica, Nano amenizaba a los reunidos con improvisaciones de música clásica, que era del agrado de aquel auditorio. Por fin, media hora más tarde llegó el invitado de excepción acompañado de una joven, que probablemente debía ser su hija. Nano los acomodó en la mesa reservada para ellos y avisó a Nina, que estaba todavía con los adolescentes, para que se preparase para su actuación.

—¡Buenas noches a todos! —saludó Nano, y presentó a Nina con la profesionalidad de un maestro de ceremonias —. Esta noche les vamos a presentar un nuevo dúo que se ha formado en este mismo lugar, entre una cantante y compositora, Nina y yo, Nina ha compuesto esta misma tarde una canción romántica para su presentación, que estoy seguro de que les agradará. Un aplauso para ella.

Nina se subió al pequeño escenario y recibió el aplauso con inquietud y nerviosismo, y por la expresión de su rostro era evidente que se sentía abrumada. Nano le dirigió una afectiva mirada, que pretendía darle ánimos, e inició los acordes iniciales que había escrito para acompañarla. En momento preciso, Nina cantó su canción.




He soñado que tus brazos me abrazaban, como abraza una barca el temporal.

Que tus labios me besaban, como besa la luna llena el mar.

Que tu sonrisa me cautivaba, como cautiva la aurora boreal




Tus ojos son del color del mar,

tus caricias como las olas que vienen y van.




Soñé que te hundías en el mar y me hiciste llorar.

Que te habías desvanecido, como se evapora el agua del mar.

Que éramos dos extraños, como la montaña y el mar.

Que solo me quedaba esta canción, donde antes tenía un corazón.




Tus ojos son del color del mar,

tus caricias como las olas que vienen y van»




Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar.

Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar

Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar.

Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción.




Tus ojos son del color del mar,

Tus caricias como las olas que vienen y van.




Cuando finalizó la canción se produjo un dramático silencio entre los asistentes, sobrecogidos por la trágica belleza de su canción. Cuando reaccionaron prorrumpieron en un fuerte y caluroso aplauso. Nina se sentía abrumada por aquella muestra de admiración por su canción. Nano, que había hecho unos brillantes arreglos, cogió de la mano a Nina y ambos agradecieron los interminables aplausos con muestras de humildad.

—¡Gracias; sois un gran público —dijo Nano a los asistentes, visiblemente emocionado—. Pero Nina merece vuestro aplauso! ¡Es una preciosa canción!

El ejecutivo de la discográfica parecía tomar notas en la agenda de su móvil. La madre de Nina estaba desbordada por el indudable éxito de su hija. Solo Nano no parecía sorprendido, porque sin duda estaba convencido de aquel éxito.

El ejecutivo de la discográfica guardó su móvil e hizo una señal a Nano para que se acercara.

—A finales de esta semana venid a mi casa de la ladera y hablaremos de vuestro futuro —le dijo sin mostrar la mínima emoción—. Necesitamos alguien que entusiasme a los adolescentes... —y abandonó el local seguido de su joven acompañante.

Nina era incapaz de asumir la extraordinaria acogida de su canción. Parecía estar ausente, viviendo ya en otra dimensión: ¡la de la fama! Los adolescentes amigos de Marc la rodeaban y la agobiaban con sus elogios. Nano creyó que debía rescatarla de sus primeros y entusiasmados admiradores, y recordó a la madre el plan de cenar las pizzas en la terraza y librar a Nina de aquel agobiante ambiente de triunfo, para el que no estaba preparada.

—Me siento responsable de la confusión de Nina. Un éxito inesperado puede ser destructivo —comentó con la madre—. Yo no busco el éxito, solo aspiro a ser un buen músico, no un buen ídolo, y creo que Nina debería adoptar esta misma filosofía, o el éxito la destruirá.

La madre estaba totalmente de acuerdo con Nano.

—¡Esperemos que todavía se acuerde! —le contestó—. Creo que a partir de ahora Nina será otra chica diferente.

Llamaron a Nina para recordarle que habían planeado cenar justos después de su actuación, pero Nina no parecía entusiasmada con la idea, y prefería ir a cualquier sitio, pero con el grupo de sus nuevos amigos y admiradores.

—¡Mamá, no me apetece encerrarme ahora en nuestro apartamento. Creo que me iré con estos amigos a celebrarlo!

—¿A celebrar qué, Nina? —le preguntó Nano.

—¿Y tú me lo preguntas? ¡Mi éxito!

—¡Yo creía que era nuestro éxito!

—Bueno, sí, nuestro éxito, ¡que más da! ¿Por qué no vienes también tú con nosotros?

—¿Te has olvidado de que soy el chico de las tumbonas? Cuando nos conocimos eran las seis y media de la mañana, la hora en que empieza mi trabajo. ¡Tengo que madrugar, no puedo acompañaros!

—¡Compréndelo, yo estoy de vacaciones!

—Sí, casi lo había olvidado. Entonces, que te diviertas, Nina. ¡Te lo mereces!

La madre pensó que finalmente Nina se comportaba de la forma más favorable para sus planes. La localidad era tranquila y no corría ningún riesgo. Podía regresar a la hora que quisiera, y cuanto más tarde regresara más tiempo podía dedicar a su amante. Lo sentía por Nano, pero su hija había demostrado un carácter muy voluble. Tal vez sería mejor que aquella amistad no prosperase. Y sin su ayuda su carrera de cantante se vería muy limitada.

Nina y la pandilla de nuevos amigos abandonaron el bar y se dirigieron a la zona de la playa que limitaba con los acantilados, en el mismo lugar donde los había conocido, que estaba desierta a esas horas de la noche. La playa permanecía en la oscuridad y solo podían verse unos a otros por la iluminación de una pálida y brumosa luna, rodeada de un difuso anillo de vapor de agua. Alguien había traído varias botellas de soda y otras de ginebra y se prepararon bebidas para todos. Encendieron un equipo musical portátil creando un ambiente festivo, en el que los adolescentes se sentían identificados.

Cuando todos tuvieron sus bebidas, Marc propuso un brindis:

—Brindemos por Nina, porque esta noche ha nacido otra estrella en el firmamento.

—¡Por Nina, nuestra estrella! —corearon los adolescentes.

Media hora después todos estaban bajo los efectos del alcohol, y uno propuso darse un baño, porque la noche era calurosa y bochornosa, por causa de la pasada tormenta. Hubo total unanimidad. Se desnudaron y se lanzaron al agua haciendo toda clase de graciosas piruetas.

Nina les imitó y cogida de la mano de Marc, se lanzaron al agua, participando en los juegos de los demás adolescentes. Cuando se cansaron, volvieron a la playa y se tendieron exhaustos sobre la arena. Marc se tendió junto a Nina. Una fresca y húmeda brisa secaba sus cuerpos desnudos. Marc cogió la mano de la desprevenida Nina, se inclinó sobre ella y la besó en los labios. Nina, todavía bajo los efectos del alcohol, no reaccionó, y sintió que el beso de Marc recorría todo su cuerpo con un escalofrío de placer. Marc acarició sus senos y nuevamente sintió que un intenso placer que le dejaba incapaz de reaccionar y evitar sus caricias. Instantes después estaban haciendo el amor sin que Nina tuviera fuerza de voluntad para negarse. Después se quedaron dormidos, al igual que sucedía con el resto de los adolescentes.

El fresco relente de la mañana le despertó y Nina sitió un intenso dolor de cabeza. Cuando intentó erguirse se dio cuenta de que Marc la rodeaba con uno de sus brazos y comprendió lo que había sucedido. Un súbito sentimiento de culpa le oprimió el pecho. Se deshizo del abrazo de Marc y buscó sus ropas que habían quedado esparcidas por la playa. Se vistió apresuradamente y sin despedirse de los adolescentes, emprendió el regreso a su apartamento, sin poder contener unas lágrimas amargas por lo que había sucedido. Ahora ya no podía censurar a su madre de inmoral, porque ella se había comportado de la misma manera.

«Al menos ella saca algún provecho, mientras yo he sido una tonta, que lo he hecho por nada, y ni siquiera estoy enamorada de Marc» —pensó amargamente. Se secó las lágrimas y trató de serenarse antes de que se pudiese encontrar con su madre.

Aquel amanecer le recordó el primero que contempló apenas hacia veinticuatro horas y parecía como si hubiera pasado ya un año. Al menos ella se sentía mucho más vieja y deprimida. Cuando se disponía a entrar en el apartamento se encontró por sorpresa con Nano, que como cada mañana armaba y desplegaba las hamacas en la playa. Nina trató de evitarle, pero Nano ya la había visto, y fue hacia ella.

—¡Buenos días trasnochadora! ¿Cómo ha ido la celebración? ¡Ha tenido que ser muy divertida cuando llegas a estas horas de la mañana!

Aquel inesperado encuentro con Nano la hizo sentirse todavía más culpable, pero no estaba de humor para seguir la conversación, y le contestó airada:

—¡Déjame en paz! ¡Estoy muy cansada y no tengo ganas de bromas!

—¡Esta bien, señorita mal genio! Será mejor que duermas, porque realmente tienes un aspecto horrible. ¿Habéis estado toda la noche haciendo carreras?

Nina creyó que Nano había adivinado por su aspecto que había hecho el amor con alguno de los adolescentes, pero no podía saberlo, y le daba igual que lo imaginara. «¡No tengo que dar cuenta a nadie de mis actos, y menos a alguien que apenas hace veinticuatro horas que lo conozco!». No quería aceptar que le había traicionado, lo que la haría sentirse todavía más culpable.

Entró en su apartamento sin despedirse de Nano. Una vez dentro se dirigió a su habitación con sumo sigilo, para evitar despertar a su madre, pero vio luz en su dormitorio, y supuso que estaba ya despierta esperándola. Se abrió la puerta bruscamente y apareció la madre con la expresión de preocupación en su rostro y con unas profundas ojeras, como si hubiera pasado la noche en blanco.

—¿Nina, dónde has estado toda la noche? ¡Ya iba a salir a buscarte! ¡Me has tenido muy preocupada!

Nina debía reflejar en la expresión de su rostro su sentimiento de culpa, porque su madre se alarmó.

—Hija, no parece que vengas de una fiesta, sino de un entierro. ¿Te sucede algo?

—No me sucede nada, y si no te importa, me voy a dormir, ¡estoy rendida, eso es todo!

Su madre no insistió y Nina se encerró en su dormitorio. Cuando se encontró sola y a oscuras en la habitación, la imagen de lo ocurrido durante la noche volvió a su mente. Había despreciado a Nano, de quien solo hacía unas horas creía estar enamorada, y que le había inspirado su canción, y había hecho el amor con Marc, un compañero de clase sin talento y sin ningún atractivo, por quien apenas sentía una superficial amistad. ¿Qué había sucedido para que se comportara de aquella manera tan desleal e irreflexiva? ¿Habría heredado de su propia madre su inmoralidad, que ella tanto había censurado? Todo había sido como un sueño seguido de una pesadilla, y había sucedido tan deprisa y en tan corto espacio de tiempo, que hasta ese amargo momento, no había sido plenamente consciente de lo que había sucedido.

Primero la invitación de Nano, luego la rápida e inspirada composición de su canción, después el clamoroso éxito en el piano-bar, más tarde la fiesta en la playa, y por último, algo te estaba segura de que había sucedido, pero que no podía recordar. Todo había pasado demasiado deprisa; demasiado intenso; le pareció que no podía haber sucedido en realidad. Finalmente llegó a una lamentable conclusión: «Nada de todo esto me hubiera ocurrido si nunca hubiera escrito esa maldita canción. No hay duda. ¡El culpable es Nano!»

Ahora que había encontrado un culpable, creyó sentirse exculpada, y ya podía dormir tranquila. Apenas había cerrado los ojos cuando escuchó dos leves golpes sobre su puerta.

—Nina, ¿puedo entrar?

—Claro, pero ¿qué quieres? Tengo sueño, no tengo ganas de hablar. Lo que sea me lo dices cuando me despierte.

—Nina, esta tarde llegará mi jefe. No te pido que os hagáis amigos, pero al menos procura tratarlo con respeto, después de todo, es quien me paga la nómina cada mes, para que las dos podamos vivir dignamente.

—Está bien, mamá, lo intentaré; pero, por favor, ¡déjame dormir!

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