25. Confidencias





Sergio y Laura se despertaron temprano, porque deseaban dar otro agradable paseo por la playa antes de que el sol calentase con todo su rigor y estuviera muy concurrida. La primera mañana de su reconciliación invitaba al paseo. Una estimulante brisa con un intenso olor a salitre vivificaba el paisaje, todavía envuelto en una ligera neblina que desdibujaba los imponentes acantilados que bordeaban la playa.

De regreso acudieron a la llegada de las barcas de los pescadores de agujas, y Laura compró algunas para el almuerzo, que también cocinaría en el apartamento. Junto al corro de compradores y curiosos se encontraron con la madre de Marc, que después del desaire de la última vez, no parecía tener interés en saludarles. Pero Laura intentó justificar las ironías de su ex-marido.

—Tiene que disculparlo, aquella noche tuvimos malas noticias de unos familiares y no estaba de buen humor.

—¿Alguna desgracia?

—No; fue una falsa alarma.

—Le disculpo. Todos tenemos alguna vez un mal día. ¿Y cómo están pasando sus vacaciones, querida? ¡Tiene un magnífico aspecto, se ve que le ha probado la compañía de su marido! Por desgracia el mío ya no está con nosotros. Sus negocios le reclamaban y ha regresado a la ciudad.

—No sabe cómo lo siento.

—¿Por qué no vienen esta tarde a mi casa y tomamos un té juntas?

—Estaremos encantados, ¿verdad Sergio?

—Si eso le sirve de disculpa, aceptamos su invitación.

—¿Qué tal a las siete, que ya no hace tanto calor?

—Allí estaremos.

—Mi casa no tiene pérdida, es la más grande de la ladera. Hasta luego, querida. ¡Que frescas están estas agujas. Creo que compraré alguna para el almuerzo!

Laura y Sergio concluyeron su paseo en la terraza del restaurante, donde desayunaron. Todas las hamacas estaban ya ocupadas y la playa empezaba verse muy concurrida. Varias familias habían instalado sus propias tumbonas y parasoles y varios niños de corta edad, acompañados de sus padres, jugaban a hacer figuras de arena con sus cubos, que llenaban de arena y vaciaban una y otra vez con torpeza, sin que las figuras mantuvieran su consistencia.

—¿Qué te recuerdan estos niños, Laura? —preguntó Sergio, aunque ya sabía la respuesta.

—Tú ya lo sabes, Nina y nuestros juegos en la playa. No puedo hacerme la idea de que hayan pasado más de doce años. Al ver estos niño me dio la impresión de que fue ayer cuando yo hacía lo mismo con Nina. ¡En aquellos años me sentía la mujer más dichosa de la tierra! Y después…

—Nunca es tarde para empezar de nuevo.

—Pero Nina ya no tiene tres años.

—No, es cierto, yo tampoco podría hoy llevarla sobre los hombros.

Se acomodaron en una mesa junto al lado de la playa y la llegada de una camarera interrumpió sus nostálgicos recuerdos. En la playa, junto a la terraza, se escuchaban las voces de un grupo de adolescentes de la pandilla de Marc. Laura y Sergio podían escuchar su animada conversación, pero los adolescentes no podía verlos a ellos. Estaban en la entrada del piano-bar, y comentaban las actuaciones de aquella noche.

—No vale nada lo de esta noche, son los cuatro horteras de siempre —comentó Marc con sus amigos.

—¿Qué habrá sido de aquel guitarrista tan bueno, que actuaba aquí cada noche?

—El chico de las hamacas me ha dicho que se fugó con la cantante, con la que formaba un dúo.

—Se lo estará pasando bomba, porque estaba como un tren, y era fácil. ¡Yo me la tiré en la playa, el día que actuó aquí!

Laura se estremeció y sintió una profunda sensación de malestar y tristeza al escuchar aquella asombrosa declaración. Sergio también estaba profundamente apesadumbrado por lo que había escuchado, e hizo el gesto de levantarse y preguntar a los adolescentes si había sido una bravuconada, pero Laura le detuvo.

—¡Déjalo, Sergio! Sí, debe ser cierto, porque ese día Nina llegó de madrugada al apartamento malhumorada y parecía sentirse culpable de algo. ¡Dios mío, cómo no me di cuenta! ¡Cuánto debió sufrir aquel día sin tener en quién confiarse!

—Esa debió ser también otra razón por la que huyó con su amigo.

—¡Pobre, Nina! ¡Yo tengo la culpa, por mi mal ejemplo!

—Ya es tarde para lamentaciones. Un día u otro tenía que suceder… Ahora confiemos en que no haya tenido consecuencias, porque estoy segura de que no tomarían ninguna precaución… Creo que Nina era virgen. Yo se lo había preguntado ese mismo día. Parecía saber todo sobre el sexo, esperemos que fuera cierto, porque yo no había tenido nunca con ella una conversación de mujer a mujer sobre este delicado tema.

—Creo que no debemos ir a la invitación de la madre de ese bravucón. No me gustaría encontrarme con él.

—No, Sergio, debemos acudir, como si no hubiéramos escuchado nada. No toda la culpa debe ser del chico, no creo que la forzara, ella debió consentir. Pero no lo entiendo. ¡Nina me recriminaba mi conducta, porque parecía estar muy segura de cuál debía ser la suya! No sé qué debió suceder en la playa esa noche. Tal vez bebieron demasiado y no fue consciente de lo que hacía. Cuando llegó al apartamento parecía mareada. No me di cuenta de que Nina está en la peor edad, cuando más ayuda necesita. Yo podía haber evitado todo lo que está pasando.

—Ya no tiene remedio, ahora solo nos queda confiar en que supere esta crisis cuanto antes y vuelva con nosotros sin mayores consecuencias.

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