24. La nana





Nina y Nano regresaron a la casa y trabajaron en el gran salón hasta la caída de la noche en la composición y los arreglos de las dos nuevas canciones. Nina prefería melodías de ritmo lento y melancólico, Nano era partidario de melodías con ritmo más vivo y arreglos para otros instrumentos, como la mandolina, el acordeón o la flauta travesera. Nina prefería los arreglos para violín. Finalmente se pusieron de acuerdo en un consensuado termino medio.

Cansados, pero satisfechos, cantaron todavía varias veces las nuevas composiciones, hasta que la anfitriona les advirtió que la cena ya estaba servida en la gran mesa de la entrada.

—Les he cocinado mici, es nuestro plato tradicional de los campesinos, y nosotros somos campesinos. Supongo que comerán carne, porque están rellenos de carne de cordero. Si no les gusta les puedo cocinar otra cosa.

—Lo probaremos, ¡seguro que nos gustará!

Se acomodaron en la gran mesa del exterior, y la mujer trajo varias cervezas frías.

—El mici debe acompañarse con buenos tragos de cerveza. No es como la rumana, pero también la de aquí es buena. ¡Que os aproveche!

Cuando terminaron de cenar, Nina estaba ligeramente mareada por la cerveza que había bebido en abundancia, siguiendo los consejos culinarios de la anfitriona rumana.

—Creo, Nano, que estoy viendo doble, ¡ahora tengo dos amigos, y no sé por cuál de los dos decidirme!

—Puedes decidirte por el amigo o por el amante. ¿Con cuál te quedas?

—!Con los dos! —respondió ella con un tono divertido—, uno para el día y el otro para la noche!

—¡Una elección muy sabia!

—Nino, ¿estás viendo lo que veo yo?

—¿Y qué ves?

—¡Las estrellas! Desde aquí se ven las estrellas. ¿Te das cuenta? ¡Hay millones, y cada uno de nosotros tenemos allí en el cielo nuestra estrella. ¿Cómo podría saber cuál es la mía?

—Muy sencillo: ¡la que más brille!

—No me interrumpas, Nano, creo que ya tengo la nana que deseaba componer… ¡y dedicársela a mi madre!



Duérmete mi niña,
ea, ea, an,
porque si te duermes
los ángeles cantarán


Duérmete mi cielo
ea, ea, an,
porque si te duermes
las estrellas bailarán


Duérmete mi princesa
ea, ea, an,
porque si te duermes
las hadas reirán


Duérmete mi amor
ea, ea, an,
porque si te duermes
la luna te besará


Duérmete mi lucero
ea, ea, an,
porque si te duermes
tu madre te velará




Nina no pudo continuar su canción de cuna, porque algo le oprimía el pecho hasta hacerla llorar.

—Nina, ¿estás llorando?

—Sí, Nano, estoy llorando, porque me hubiera gustado que mi madre me hubiera mecido con una nana como ésta…

—Considérate feliz por haberla escrito, porque otros bebés tendrán la suerte de que sus madres le canten tu nana.

—¿De verdad te gusta?

—¡Me encanta!

—Ahora tenemos que componer la música…

—Pero no debe tener apenas fondo de instrumentos, porque lo que duerme al bebé es la voz de su madre. Prácticamente hay que cantarla a capella, y con un ligero acompañamiento de guitarra; unas notas siguiendo la voz y nada más.

—Sí, es una buena idea. ¿La podemos componer esta misma noche? ¡No quiero que pase este momento mágico!

—Si es preciso, no dormiremos, pero esta nana tendrá su música esta misma noche! ¡Tres canciones en el primer día! ¡Nina, eres un monstruo!

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