2.El bikini


A la mañana siguiente, Nina se despertó con los primeros rayos de un sol envuelto en una misteriosa bruma. El mar parecía una inmensa balsa de aceite, y reflejaba el color violáceo del cielo. Nina se acomodó sobre una de las tumbonas de la terraza y contempló extasiada el lento clarear del cielo. En apenas media hora, el sol se había desprendido de la bruma y brillaba intensamente. El cielo fue tornándose más azul y el mar recobraba su color azul turquesa. El frescor del amanecer se transformó en un calor húmedo que se dejaba sentir en la piel. 

Permaneció concentrada en la contemplación de aquella sublime metamorfosis de todos los amaneceres, hasta que un extraño ruido la arrancó de su ensoñación. Se levantó contrariada y se asomó sobre la barandilla de la terraza para encontrar al causante de aquel inoportuno ruido. Era el encargado de las tumbonas, que las desplegaba con gran agilidad y destreza sobre la playa. 

En pocos minutos armó un gran número de hamacas a lo largo del espacio reservado de la playa. Nina lo observó fascinada por su destreza. Era un joven no mucho mayor que ella, vestido con una camiseta con el logotipo de la localidad y unas bermudas que dejaban ver sus morenas y musculosas piernas. Se cubría la cabeza con una gorra de visera, con el mismo logotipo, que ocultaba un cabello de color castaño, posiblemente quemado por el sol. Cuando terminó de desplegar las hamacas, se acercó a donde Nina permanecía inmóvil, como si la visión de aquel joven la hubiera convertido en una estatua, porque guardaba las hamacas en un pequeño almacén situado debajo de su apartamento. Cuando estuvo prácticamente bajo su terraza, la mirada de Nina se encontró con la del joven, y pudo ver el color verde de sus ojos, que habían quedado momentáneamente fijos en los suyos. Cuando reaccionó quiso alejarse de la barandilla, pero su voluntad se negaba a obedecer, y permaneció inmóvil. El joven parecía también sorprendido, y se limitó a saludarla con exagerada formalidad. 

—¡Buenos días! ¿Eres nueva en esta playa? 

Nina se limitó a asentir con un gesto de cabeza. 

—¡Bienvenida! Espero que pases una felices vacaciones con nosotros. Me llaman Nano, y tú, ¿puedo saber cómo te llamas? 

—¡Me llamo Nina! 

—¡Nina y Nano! ¡Qué curioso! Bueno Nina, encantado de conocerte. Si quieres usar una tumbona avísame. ¡Nos vemos...! 

Nina se limitó a hacerle un gesto de despedida con la mano, y volvió a recostarse sobre la hamaca. El verde turquesa del mar ganaba intensidad y al contemplarlo vio en su imaginación el color verde de los ojos del joven de las hamacas. «Son del color del mar» —pensó—. «Nano, que curiosa coincidencia», y se quedó dormida con una leve sonrisa en sus labios. 

Las barcas que durante la noche habían salido a la pesca de las agujas, regresaban a la playa y las varaban en el área reservada para los amarres. Los pescadores, curtidos por los vientos marinos, descargaban sus apreciadas capturas, que eran rodeadas por posibles compradores. 

Los veraneantes más madrugadores se tendían ya sobre las hamacas y se protegían del sol embadurnándose con crema protectora con rutinarios movimientos, repetidos de la misma forma cada mañana. El restaurante abría también sus puertas y preparaba los desayunos de sus clientes habituales, que sentados en la terraza, esperaban pacientemente a que todo estuviera listo para servirles una estimulante taza de café. 

El ruido de los motores de las embarcaciones había vuelto a despertar a Nina, que permanecía tumbada sobre la hamaca sin pensar en nada. La imagen del chico de las hamacas se había disipado de su imaginación y ahora solo contemplaba distraída los acantilados que limitaban la pequeña bahía. Una bandada de ruidosas gaviotas había seguido a las embarcaciones pesqueras desde alta mar y se posaba sobre la playa, lanzando sus histéricos graznidos 

Su madre apareció también somnolienta en la amplia terraza, cubierta con una ligera bata de seda de un llamativo color fucsia, estampada con caracteres chinos. Acercó una de las hamacas junto a la de Nina y se recostó como si pretendiera proseguir allí su sueño. 

—¿Con quién hablabas, Nina? —le preguntó, sin que estuviera interesada en una repuesta. 

—Con el chico de las hamacas. 

—Ah, bueno. Debe ser muy temprano; ¿No puedes dormir? 

—Quería ver el amanecer. Es sublime. Creo que hoy será un día muy caluroso. 

—Pues nos meteremos en el agua y no saldremos en todo el día... ¿Es guapo el chico de las hamacas? 

—¡Mamá! 

—¿He dicho algo malo? Solo te he preguntado si el chico era bien parecido. Ya tienes 15 años. A tu edad yo ya tenía novio. 

—No lo sé, no me he fijado. 

—¿Has estado hablando con él y no te has fijado? Nina, hija, me cuesta hacerte esta pregunta, pero creo que es necesario que te la haga. Tal vez desconozca cómo eres en realidad y por eso encuentras extraño mi comportamiento...¡No serás lesbiana! 

—¿Te lo parezco? 

—¡Tu comportamiento me confunde! 

—Puedes estar tranquila, ¡no soy lesbiana! 

—Entonces, te has fijado en el joven de las hamacas. 

—Sí, me he fijado, ¡y es muy guapo! 

—¡Ahora hablamos el mismo idioma! 

—Yo no lo creo. El que reconozca que es guapo no quiere decir que quiera acostarme con él. ¡Es guapo y ya está! 

—Está bien, Nina, dejemos este tema de conversación. No he visto nada comestible en este apartamento, tendremos que desayunar en el restaurante. Pero iremos listas para ir después a la playa... No sé si me atreveré a ponerme el bikini. ¡Estoy hecha una facha! He engordado cinco kilos este invierno, y eso que he pasado hambre todo el año. Iremos a un sitio que no esté muy concurrido... 

Las dos mujeres quedaron en silencio, cada una entregada a sus propios pensamientos sobre lo que esperaban de aquellas vacaciones. Para la madre de Nina era tan solo unos días de descanso, que aprovecharía para encontrarse con un hombre que le gustaba y con el que deseaba hacer el amor. Para Nina eran dos semanas de resignación en las que no esperaba gozar de ninguna diversión. Se preguntaba por qué su madre se había empeñado en que la acompañase. 

Cuando sus padres se divorciaron ella tenía solo 10 años, y el juez decidió que fuera la madre quien tuviera su custodia, porque en aquellos días el padre estaba desempleado, mientras que su madre tenía un buen empleo en una renombrada agencia de publicidad, donde era la secretaria particular del director. Cargo que había obtenido, más que por sus méritos, gracias a su relajada moralidad. 

La madre de Nina se probó el bikini antes de decidirse a ir a la playa y quedó horrorizada de su aspecto. 

—¿Cómo voy a ir a la playa donde hay tanta gente con estas cartucheras y estos horribles michelines? ¡Estoy hecha un adefesio, no sé si quedarme en el apartamento y tomar aquí el sol! 

Nina creía que los lamentos de su madre sobre su físico eran reacciones histéricas, de una mujer incapaz de aceptar el paso del tiempo, y sus inevitables efectos en el deterioro físico. Las playas estaban llenas de mujeres de mediana edad que habían perdido su figura y no se comportaban de aquella histérica manera. 

—¡Mamá, tú no eres la única mujer con cartucheras y michelines de la playa, hay muchas peores que tú y no se avergüenzan de su cuerpo! 

—Hablas así porque tú no tienes este problema. ¡Ya te acordarás de tu madre cuando tengas mi edad! 

—Además, ¡que más te da si le gustas así a tu amante! 

—¿No habíamos acordado una tregua? 

—Sí, mamá, pero pon tú un poco de tu parte... 

—Bueno, está bien, Nina, ¡haya paz entre nosotras! Vamos a desayunar y me resignaré a ser el hazmerreír de todos en la playa. 

Cuando las dos mujeres bajaron a la playa, numerosos veraneantes ocupaban ya las tumbonas que el joven Nano había desplegado sobre la playa horas antes. El sol recalentaba la arena de la playa, y una cálida brisa llegaba del mar, con sabor a salitre, que refrescaba como un bálsamo la piel. Nano vio llegar a las dos mujeres y se adelantó para ofrecerles dos de las pocas hamacas que aún quedaban desocupadas. 

—Buenos días, ¿quieren una tumbona? Hoy es un día de mucho calor, estarán mejor debajo de una sombrilla. 

Nina volvió a sentir la mirada de Nano, y a admirar el color de sus ojos, que había asociado al color del mar. La madre aceptó la oferta de Nano y se acomodaron en las hamacas debajo de unas amplias sombrillas de brezo, que les protegían de un sol cada vez más implacable y abrasador. 

—Creo, Nina, que hemos elegido el día más caluroso del verano para nuestro primer día de vacaciones. Llevas razón, el chico de las tumbonas es muy guapo, y creo que le gustas, por la forma en que te miraba. 

Nina creyó que su madre le estaba incitando a que sedujera al joven, tal vez para que se pusiera en su lugar y fuera más tolerante con su conducta. 

—Nina, nunca me has hablado de tus relaciones con los chicos de tu edad. Ya tienes quince años, supongo que habrás tenido ya alguna aventura romántica. 

—No, mamá, no he tenido ninguna aventura romántica, como tú dices... 

—¿No has encontrado todavía ningún chico que te gusté? 

—Claro que sí, como todas las chicas, supongo, pero eso no quiere decir que deba tener una aventura con todos los chicos que me gustan. 

Su madre se había propuesto aprovechar aquellas vacaciones para conocer mejor a su hija, con quien apenas habían intercambiado confidencias sobre un tema tan sensible y difícil de tratar, como era la sexualidad. Nina sabía prácticamente todo sobre su madre, pero ella no sabía nada sobre su hija. 

La siguiente pregunta fue más directa y personal. 

—Nina, si no quieres no me contestes, pero soy tu madre y debo hacerte esta pregunta: ¿Eres virgen todavía? 

Nina se ruborizó y se negó a contestar, porque no creía que a su madre le preocupase si ella era o no virgen. Al menos nunca se había preocupado por enseñarle todo lo que debía saber sobre el sexo. Ella lo aprendió por sí sola, con las confidencias de sus amigas y toda la información que se podía encontrar en la red Internet. 

—¿Eso te preocupa? ¡Es una novedad! 

—Está bien, no me contestes si no quieres, pero ¿no crees que deberíamos tener una charla de mujer a mujer...? 

—No es necesario, mamá, ya sé todo lo que se tiene que saber sobre el sexo. ¡Llegas un poco tarde! 

—Lo siento. Sí, no soy una madre ideal... 

La llegada de Nano interrumpió aquella conversación entre madre hija. Llevaba una bandeja, sobre la que había dos vasos de plástico con zumos de frutas. Se acercó a Nina y se lo ofreció: 

—¡Regalo de la casa. Te refrescará un poco! 

Nina se sorprendió, pero aceptó el regalo. Su madre cambió una mirada de complicidad con ella y aceptó a su vez el vaso que le ofrecía Nano. 

—Eres muy amable, Nano, gracias —se limitó a decir la sorprendida Nina. 

—Soy el camarero del bar de las hamacas, si quieren algo solo tienen que llamarme. 

—Lo haremos, Nano. 

El joven esperaba que Nina comprendiera que desde que la conoció aquella misma mañana, se había sentido atraído por ella, y le diera alguna muestra de que era correspondido, pero Nina no le mostró el mínimo afecto. La madre observaba a su hija sin atreverse a intervenir, y Nano volvió al bar decepcionado por la frialdad con la que había aceptado su regalo. 

—Si te comportas siempre así, serás una solterona amargada. ¿No podrías ser un poco más amable? —le comentó la madre decepcionada por el carácter huraño de su hija. —¡Desde luego que no te pareces en nada a mí! 

Nina pensó que de haber sido ese encuentro en otras circunstancias y sin la presencia de su madre, se hubiera mostrado más amable, pero allí no estaba de humor. Deseaba que su madre supiera que no aprobaba su conducta, y se mostraría de esa misma manera hasta el final de las vacaciones. Lo sentía por Nano, pero no estaba dispuesta a cambiar de actitud ni siquiera por él. 

Bebieron los zumos en silencio. Al medio día la brisa cambió de dirección, no provenía del mar sino del interior, recalentada en su tránsito por los parajes semidesérticos de los alrededores. 

—¡Este calor es insoportable —se quejó la madre—. No sé si quieres bañarte conmigo, pero yo me voy a dar un chapuzón para quitarme este sofoco! 

Nina también se sentía agobiada por el calor y accedió a bañarse junto a su madre. Madre e hija entraron en el agua, salpicándose una a otra. Durante unos minutos el estímulo del baño hizo que Nina olvidase su propósito de mostrarse huraña y ambas mujeres se entregaron a inocentes juegos dentro del agua. Finalmente la madre sujetó a Nina con un abrazo para que dejara de salpicarla. Cuando la madre se dio cuenta de que abrazada a su hija, no pudo evitar un amargo comentario: 

—Nina ¿por qué no podemos ser buenas amigas? No te pido que me quieras, porque no puedo cambiar tus sentimientos hacia mí, solo te pido que me aceptes como soy y que no me juzgues, ¡porque nadie es perfecto! 

Nina se libró del abrazo de su madre y respondió con cierta amargura: 

—¡Lo siento, mamá, pero también tú debes aceptarme a mí como soy, y no puedo justificar tu comportamiento! 

—Qué quieres que haga, ¿enterrarme en vida? ¿Olvidarme de que tengo un cuerpo? ¿Perder mi empleo? O, tal vez, ¿volver con tu padre? 

Nina no respondió, y se alejó de la madre nadando lentamente, en dirección opuesta a la playa. La madre empezó a alarmarse cuando vio que Nina seguía nadando alejándose peligrosamente de la costa. 

—¡Nina, no te alejes tanto—le gritó—. Vuelve, por favor. No seas imprudente! 

Pero Nina no parecía escucharla. Dejó de nadar y agitó los brazos, tal vez para saludarla, pero ella lo interpretó como si estuviera pidiendo ayuda. Nano había estado siguiendo los juegos entre madre e hija, y también creyó que Nina se encontraba en apuros, y vestido como estaba, se arrojó al agua y nadó vigorosamente hacia donde estaba Nina. Cuando llegó, Nina estaba relajada, flotando en el agua sin el menor indicio de que estuviera en peligro. Nano le reprocho su comportamiento. 

—¡Has asustado a tu madre, creía que te estabas ahogando! 

Nina no respondió, pero nadó regresando a la playa, seguido de el decepcionado Nano. 

—¡Nina, no vuelvas a asustarme! —le reprochó su madre cuando estuvo junto a ella. 

Nano también estaba molesto y con las ropas mojadas por culpa de aquella falsa alarma. Para colmo algunos clientes estaban esperando sus encargos, que Nano había dejado de servir para aquel frustrado salvamento. Cuando regresó al bar, su jefe le reprendió severamente: 

—Nano, tu no eres el salvavidas de esta playa, sino el camarero de este bar, y has dejado de cumplir con tu obligación para salvar una joven que seguramente nada mejor que tú. Ve a atender a los clientes y que sea esta la última vez que abandonas tu trabajo.


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