23. Añoranzas




Laura se sentía inmensamente feliz. Había recuperado al hombre del que se había enamorado, y ahora estaba recordando con enorme añoranza aquellos tiempos felices de los primeros años de su matrimonio. Solo la sombra de la huida de Nina enturbiaba su felicidad. Pero estaba convencida de que su hija volvería y la perdonaría, sobre todo después de su reconciliación con su padre, por quién sentía verdadera pasión.

—¿Crees que Nina me perdonará? —preguntó a su ex-marido, mientras se disponía a servir lo que había cocinado.

—Estoy seguro, creo que conozco a Nina y sé que no es rencorosa.

Laura intentaba no mostrarse afectada y volver a ser la mujer alegre y divertida de su juventud, pero no podía librarse del recuerdo de su pasado.

—A veces los hijos nos dan grandes lecciones morales a los padres —comentó su ex-marido—. Esta generación no es la nuestra. Tienen mejor juicio porque han vivido más intensamente y tienen la experiencia de los adultos. Sobre todo, porque están expuestos a muchas tentaciones en un mundo que se ha excedido en su liberalismo. Cada día tienen que rechazar las innumerables ofertas de inmundicias, en la red y en la calle. Ellos han aprendido a decir: «No, gracias». Nosotros no sabíamos negarnos, porque todo era nuevo y atractivo. ¿Crees que Nina tiene talento y será una gran cantautora? —preguntó con un gesto que evidenciaba sus dudas—, ¿No será una fantasía de adolescente?

—Creo que nuestra hija tiene talento y una gran voluntad de triunfo, pero me temo que es demasiado joven para saber verdaderamente lo que quiere hacer de su vida. Ahora es la guitarra, mañana puede ser cualquier otra cosa donde pueda expresar su talento. Nina es una persona excepcional, tal vez por eso hemos tenido dificultades para entendernos.

Durante unos instantes ambos permanecieron en silencio. Laura no podía apartar de su mente la desafección de su hija, hasta el extremo de huir de su lado. Aquella era la primera vez en muchos años que su responsabilidad como madre superaba con creces su deseo de gozar de su libertad. Desde su divorcio, Nina no había tenido una madre, sino una protectora, que consideraba suficiente con asegurarle el importe de las clases de música, vestirla y alimentarla, lo mismo que haría con un animal de compañía.

Cenaban en la amplia terraza, con la pálida iluminación que llegaba de los farolillos de la terraza del restaurante. Se escuchaba la música que venía del piano-bar, pero no debía ser de actuaciones en directo.

—Ha sido una cena deliciosa. ¡Te felicito, Laura! Hacía mucho tiempo que no cenaba en un ambiente tan agradable, en tan buena compañía y degustando un plato tan delicioso. ¡Deberíamos poder vivir así todo el año!

—Gracias, Sergio, yo tampoco me había sentido tan bien en muchos años. Cuando se es feliz hasta el pescado colabora para hacer gratos estos momentos. Solo se aprecia la felicidad cuando has sido desdichada.

—Hemos aprendido una dura lección: Nunca abandones a una persona cuando tiene sus momentos bajos, porque aunque seas libre, los remordimientos te harán desdichado. La felicidad no puede llegar sin sacrificios.

—Lo dices por mí. Sí, yo he sido libre, pero no he sido feliz. ¿De qué nos sirve la libertad si somos desdichados?

—Laura, puedes pasar mi pijama a tu habitación, pero antes me gustaría dar un paseo por la playa, y si podemos conseguirlo, me gustaría invitarte al helado de vainilla y chocolate que te había prometido.

—Me parece una fantástica idea. Recojo todo esto y salimos a dar el paseo.

—Déjame que te ayude, tú ya has hecho bastante, y yo tengo que volver a habituarme a recoger la mesa y fregar los platos… ¡Como en los viejos tiempos!

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