5. El jefe



A Nina le despertaron unas voces que venían del salón. Era la voz de un hombre, por lo que no había duda de que eran del amante de su madre, que habría llegado ya. Debía ser muy avanzada la tarde, porque un rayo de sol entraba directamente a través de su ventana. Apenas había despertado y nuevamente las imágenes de lo sucedido la noche anterior volvieron a su mente, porque le pesaban en su conciencia. Ahora no estaba tan segura de culpar a Nano, porque recordaba que le pidió que les acompañase a cenar con ellos, tal como les había prometido, pero ella prefirió irse con los amigos de Marc. ¡Solo ella era la culpable!

El ruido de dos suaves golpes sobre la puerta interrumpieron sus amargos pensamientos. Sin esperar su respuesta, entró su madre en el dormitorio.

—Nina, ¿estás despierta? Mi jefe ya está aquí, y hemos pensado ir a cenar al restaurante. Me gustaría que nos acompañases...

—Mamá, no tengo hambre, prefiero quedarme aquí. Podéis ir vosotros dos solos.

—Está bien, pero procura estar vestida cuando volvamos. Mi jefe quiere saludarte.

La madre volvió al salón, y unos minutos más tarde escuchó cerrarse la puerta de la calle, y el apartamento quedó en un absoluto silencio. Nina no sentía deseos de conocer a nadie, y menos al amante de su madre. Solo sentía deseos de llorar ¡y no levantarse nunca de aquella cama!

Cuando estuvo más calmada, se levantó, se duchó y se vistió, tal como era el deseo de su madre. Todo lo hacía de forma mecánica, sin que fuera en ningún momento su voluntad. Se preparó un café y salió a la terraza cuando estaba ya oscureciendo. Una luna llena que ganaba intensidad se reflejaba todavía levemente en las calmadas aguas del mar. Esa imagen le recordó la letra de su canción: «Como besa la luna llena el mar». Esta imagen y el resto de la letra de su canción: «Soñé que te hundías en el mar, y me hiciste llorar.» ¡Ahora comprendía por qué escribió aquellos versos! Tal vez había tenido el presentimiento de lo que iba a suceder después de la felicidad del primer verso.

Nina recordó al recién llegado y pensó que con toda probabilidad su madre y su amante harían el amor aquella noche, y ella no quería estar en el apartamento. Decidió salir a dar un largo paseo por la playa y dejó una nota para su madre, en la que le recordaba su acuerdo sobre la toalla roja. La noche era agradable y la arena acariciaba sus pies descalzos. Sus nuevos amigos adolescentes estaban celebrado la despedida de uno de ellos, pero Nina no había sido invitada. Marc no quería saber nada más de ella, por temor a que hubiera podido quedar embarazada. Su éxito del día anterior no sobrevivió al día siguiente.

Pasó por delante del bar donde solo unas horas antes se había sentido admirada, con un nuevo sentimiento de culpa, y escuchó el sonido de la guitarra de Nano, que interpretaba sus improvisaciones de temas clásicos, como los que había escuchado la noche anterior. Pero no deseaba encontrarse con él, y prosiguió su paseo. En la terraza del restaurante vio a su madre en compañía de su jefe, un hombre de mediana edad, completamente calvo y de un físico vulgar, que para ella no tenía ningún atractivo, pero que parecía divertir a su madre, quien reía por lo que le estuviera contando su jefe. Era evidente que su madre no tenía ningún remordimiento y simplemente gozaba de su amate sin ningún problema de conciencia.

Cuando se alejó de las últimas casas del pueblo, se sentó sobre la arena y se concentró en la contemplación del mágico espectáculo de la luna reflejada en el mar, que brillaba ya con gran intensidad, y se propuso dejar la mente en blanco y no pensar en nada que la atormentase. Otros veraneantes, con otras motivaciones que serían menos tristes que la suyas, paseaban también por aquella solitaria parte de la playa.

Permaneció en ese mismo lugar ensimismada en su contemplación hasta que la brisa marina se torno más húmeda y fresca. Supuso que su madre había tenido tiempo suficiente para acostarse con su amante y regresó a su apartamento sin apresurarse y prestando atención a todo lo que en esos momentos se podía observar en la playa. Al pasar de nuevo por el bar de Nano, todavía se escuchaba su música y tuvo deseos de entrar y disculparse por la forma en que le había tratado a su regreso de la fiesta con los adolescentes. Pero no tenía el ánimo necesario y esperaría al día siguiente, en que confiaba encontrarse más animada.

Cuando llegó a su apartamento la toalla roja seguía sobre la barandilla de la terraza. Nina se sintió profundamente deprimida y olvidada por todos. No tenía ganas de volver a pasear y decidió ir al bar de Nano y pedirle disculpas. Pero ya no se escuchaba su guitarra. Entró en el bar y, en efecto, Nano hacía unos minutos que había salido del bar. Nadie pudo informarle dónde había podido ir. Nina se sintió profundamente abatida. No sabía qué hacer ni cómo pasar el tiempo, y se sentó sobre una de las barcas varadas en la playa, sin poder evitar un amargo llanto, porque se sentía sola y abandonada por todos.

En medio de su profundo abatimiento, escuchó el sonido de una guitarra que provenía de una de las barcas. El corazón le dio un vuelco y dejó de sollozar. Se levantó y se dirigió emocionada a dónde provenía la música, porque sabía que esa era la guitarra de Nano. Y allí estaba él, apoyado sobre una de las barcas, tocando los primeros acordes de los arreglos que había escrito para su canción.

Nano se sorprendió por la súbita aparición de Nina, porque estaba pensando en ella mientras tocaba esos primeros compases. Nina no dijo nada y se sentó junto a él. Nano empezó a cantar la canción de Nina, y el úlimo verso lo cantaron a dúo:




«Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar.

Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar

Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar.

Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción».




Después de aquel afortunado rencuentro en la barca varada en la playa, ambos decidieron afianzar sus ambiciones musicales consolidando el dúo, que tanto éxito habían tenido en su presentación el día anterior. Nina regresó aquella noche al apartamento acompañada de Nano, y la toalla roja ya no pendía de la barandilla de la terraza. Nina puso al corriente a Nano de la relación de su madre con su amante y la tensa relación que mantenía con ella.

—Al menos ahora mi madre no tendrá que preocuparse más por mí. Ya tiene lo que deseaba: alguien con quien pasar el rato mientras ella se entretiene con su amante.

Se despidieron con un apasionado beso y se prometieron que, a partir de aquella noche, solo existían ellos dos, en un mundo que despreciaba la inocencia y solo buscaba su propia satisfacción. Pero ellos no eran así, y se esforzarían para que pasase lo que pasase, no perderían nunca la inocencia.

Cuando entró en el apartamento, la madre estaba preocupada por la actitud que podría tener Nina cuando le presentara a su amante. Pero para su sorpresa, Nina no parecía afectada, sino todo lo contrario, se mostró amable, incluso divertida.

—Para ser el amante de mi madre, ¡tiene usted menos cabello que el que yo imaginaba!

—¡Nina, no le faltes al respeto!

—No, no me falta al respeto; tu hija lleva razón, ¡estoy calvo como una bola de billar, y ese no debe ser el aspecto que se espera de un amante!

—Pero, Nina, ¿qué te ha sucedido que estás tan alegre?

—¿Por qué no iba a estarlo?

—No sé, pero hace solo unas horas parecías muy enfadada...

—En unas horas pueden pasar muchas cosas. Ya no tienes por qué preocuparte, Nano y yo hemos decidido formar el dúo y yo cantaré cada noche en el piano-bar de Nano. No vendré hasta la media noche.

—Es una gran noticia. Me alegro, porque Nano me parece un buen muchacho y un gran músico —respondió la madre aliviada de sus temores, sobre el comportamiento huraño de su hija de aquella misma tarde, cuando regresó de la fiesta con sus nuevos amigos.

—¡No me habías dicho que tu hija era una artista! —dijo su jefe para ganarse la amistad de Nina.

A la mañana siguiente, Nina, su madre y su amante desayunaron juntos en la soleada terraza. Todos estaban de buen humor, como si cada uno hubiera visto colmados sus deseos sin que nadie hubiera resultado herido. Había amanecido otro día ideal para disfrutarlo en la playa, pero Nina prefirió quedarse en el apartamento para escribir una nueva canción.

—Si lo prefieres, puedes quedarte —le dijo su madre, satisfecha por la decisión—, pero nosotros nos vamos a la playa. Hoy será otro día de mucho calor, y habrá que pasarlo dentro del agua. Ponte un sombrero, y no estés mucho tiempo al sol.

Cuando su madre y su acompañante salieron del apartamento, Nina sintió que una vez más se encontraba inspirada para componer una nueva canción. Esta vez sería también romántica, y con un final feliz. Los versos surgían como si los tuviese escritos ya en algún extraño lugar de su mente:




Aquel verano que te conocí

salió el sol solo para mí.

Eras acogedor como la cálida arena.

Estimulante como la fresca brisa.

Deseado como la esperada lluvia.

Sensible como la pálida luna.

Misterioso como las lejanas estrellas.

Fiel como las constantes olas.

Libre como una gaviota.

Necesario como un faro en la niebla

Fuerte como el viento huracanado




Aquel verano que te conocí,

Tú estabas en la playa tan cerca de mí,

que podía escuchar latir tu corazón por mí.




Aquel verano en que te conocí nunca tendrá fin




Ahora Nina estaba segura de sus sentimientos por Nano, porque todas sus canciones le evocaban a él. Tal vez fuera el vuelo de una elegante gaviota o el intenso azul turquesa del mar, o aquel inmenso cielo azul, lo que inspirase una nueva melodía para aquella canción. Escribió sus notas en una nueva hoja de papel pautado y el título en la cabecera de la hoja: «El verano que te conocí». Ahora solo faltaba que Nano escribiera nuevos arreglos para dos guitarras, como con tanto éxito había hecho con su primera canción. Su vida, que en solo 24 horas había estado en el cielo y en el infierno, le había vuelto a sonreír. Intentó olvidarse de lo sucedido la pasada noche y de la pandilla de adolescentes tan mudables en sus pasiones, y, sobre todo, de su despreciable compañero de la academia, al que no deseaba volver a ver.

Cantó su nueva canción varias veces y le hizo algunos arreglos. Le gustaba. También esa nueva canción estaba inspirada. Se sentía feliz.

Al medio día el calor era sofocante y Nina entró en el salón donde la temperatura era más aceptable. Pensó que soportaría mejor aquel bochorno vistiendo una ligera bata de seda, como las que vestía su madre, y fue al dormitorio para buscar una. Encima de la mesilla había un teléfono móvil, que no era el de su madre, por lo que debía ser el de su jefe. No pudo resistir la curiosidad y lo encendió. Se sorprendió que no estuviera protegido con una contraseña y accedió a un fichero que debía contener fotografías. Nina estuvo a punto de dejar caer el móvil, porque las numerosas fotografías eran de su madre haciendo el amor con dos amantes. Uno era su jefe, pero el otro hombre no lo conocía. En algunas practicaba una felación a uno de los amantes, mientras el otro la poseía. Nina estaba horrorizada.

Cerró el fichero, apagó el móvil y lo volvió a dejar sobre la mesilla de noche. Salió sin la bata de su madre, para que no sospechase que había entrado en su dormitorio. Se dejó caer aturdida y avergonzada sobre el sofá y no pudo evitar condenar el comportamiento indecente de su propia madre, y exclamó airada: «¡Mi madre es una puta!». Cuando comprendió la gravedad del juicio que había hecho de su madre, le vino de nuevo la imagen de ella dejando que Marc la poseyera, y volvió a exclamar con profunda amargura: «¡Yo no soy mejor que ella!»

Se sentía atrapada entre la inmoralidad de su madre y la suya propia. Ni siquiera tenía el consuelo de censurarla sin paliativos, porque ella no había demostrado más honestidad. Necesitaba desahogarse con alguien y contarle la causa de sus remordimientos. Solo Nano podría obrar semejante milagro. Lamentaba no ser mayor de edad para emanciparse de la negativa influencia de una madre sin escrúpulos, y, por supuesto, sin moralidad. Ahora temía volverse a encontrar con ella y su amante cuando regresara de la playa, porque ya no podría ver a su madre sin ver, a su vez, aquellas horribles imágenes.

Deseaba ver a Nano, pero estaría trabajando en el bar y no podría confesarle sus remordimientos. Además, su madre y su jefe estaría también allí, y no deseaba verlos. Tendría que esperar hasta la noche, cuando se encontrarían en el bar. Nina se tendió en el sofá y dejó pasar el tiempo sin saber en qué pensar.

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