12. El padre de Nina





Sin ninguna esperanza de dar con el paradero de Nina, su madre estaba profundamente desorientada. No sabía qué hacer. Aparcó el coche y se adentró en el concurrido paseo. Necesitaba sosegarse y pensar con tranquilidad qué más podría hacer para dar con los fugitivos. Se sentó en la terraza de un café y pidió un refresco.

¿Dónde podrían haber ido? Se preguntaba una y otra vez sin esperar una respuesta. Cuando estuvo más calmada pensó que el padre de Nina debería saber que su hija había huido y podía correr algún peligro, a pesar de haberse escapado en compañía de otro joven que a ella le parecía responsable. Pero le resultaba muy doloroso tener que aceptar que no había sido la madre a la que un juez diera su custodia. Ella era la única responsable de lo que le pudiera suceder.

Pero, a pesar de ser doloroso, debía informarle de la desaparición de Nina. ¡También era su hija!

Sumida en una gran desazón y vergüenza, marcó el número del padre en su teléfono móvil, y espero con ansiedad escuchar la voz de su ex-marido, a quien no había vuelto a ver prácticamente desde que si hizo legal su divorcio.

Instantes después escucho la voz familiar del padre de Nina, y estuvo a punto de no responder, porque no se sentía con fuerzas suficientes para admitir su fracaso. Pero se resignó a sufrir la censura de su ex-marido, porque no podía demorar por más tiempo la triste noticia.

—Hola, soy yo, Laura, y tengo una mala noticia que darte.

—Hola Laura... ¿Cómo está Nina?

—Precisamente es sobre Nina…

—Le ha sucedido algo. ¡Laura, no me alarmes!

—Tu hija se ha escapado con un joven y no tengo ni idea dónde pueden haber ido!

—¿Escapado? ¿Quieres decir que no está contigo?

—¡Lamentablemente es así!

.¿Qué ha sucedido? ¡No puedo creer que Nina haya sido capaz de hacer algo así! ¿Habéis discutido?

—No, es por otras razones, pero no puedo explicártelas ahora.

Los dos permanecieron en un dramático silencio. El padre de Nina estaba intentando hacerse cargo de la situación y encontrar una respuesta adecuada.

—¿Dónde crees que puede haber ido?

—Estábamos pasando unos días de vacaciones en un pueblo de la costa. Deben de estar por alguna localidad del litoral, pero no tengo ni idea de en cuál.

De nuevo se hizo un dramático silencio, porque el padre estaba tratando de tomar una decisión.

—Laura, voy a coger el primer avión que vuele a donde te encuentras. Espérame en el aeropuerto y la buscaremos por todo la costa si es necesario. ¡Solo es una niña, no podemos dejar que le suceda algo irreparable!

—Lo siento, ¡yo soy la culpable! Si la encontramos, tal vez será mejor que viva contigo. ¡Nina no me quiere, pero a ti te adora!

No hablemos ahora de eso, primero tenemos que encontrarla, y ¡quiera Dios que no tengamos nada que lamentar!

—Te estaré esperando en el aeropuerto.

Laura colgó el teléfono y por un momento tuvo la sensación de que no había hablado con su ex-marido, sino con un hombre comprensivo, sereno, capaz de tomar rápidas decisiones y hasta le pareció amable. No era el mismo hombre del que se había divorciado: depresivo, débil, aburrido y prácticamente impotente. Sin duda que había cambiado.

«Ese no es mi ex-marido, ¡es otra persona! —pensó sin recuperarse del asombro inicial. —Ni un reproche, ¡Nada! No me ha hecho sentirme culpable, ¡No puedo creerlo! Sí, te esperaré en el aeropuerto, ¡Quiero conocer a este nuevo hombre!

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