3. La invitadión


lió su promesa y degustaron una deliciosa parrillada de pescado en uno de los restaurantes de la playa. Nina parecía disfrutar de aquel plato tan especial y relajó su actitud huraña.

—¿Tienes que comerte una parrillada de pescado para ser amable con tu madre? ¡Caro me va a salir tu afecto! No sé tú, pero yo me muero por una cama. ¡Nos sentará bien una buena siesta! ¿No es maravilloso poder estar de vacaciones, no pensar en nada y dormir todo el tiempo que nos apetezca?

—¡Claro, mamá!

El calor húmedo de aquella mañana había provocado la formación de oscuras nubes que amenazaban tormenta. A pesar de la claridad del día, ya se podían ver en el horizonte el resplandor de los relámpagos, no muy lejos de allí. La madre de Nina sugirió que no tomarían café para volver cuanto antes al apartamento y evitar la lluvia, que no tardaría en caer. Cuando regresaban caminando por la playa, se encontraron con Nano, que atendía a unos clientes.

—Hola, Nano —le saludó Nina, mostrándose más amable que durante la mañana—. Todavía no te he dado las gracias por lo de esta mañana. Si hubiera estado en peligro me hubieras salvado de ahogarme. ¡Eres muy valiente!

—Gracias, Nina, pero me alegro de que no estuvieras en peligro, aunque me costara un buen remojón y una bronca de mi jefe.

La madre de Nina aprovechó la ocasión para que su hija se mostrara amable con aquel joven, entablara amistad y sobrellevara mejor aquellas vacaciones.

—Nano, ¿por qué no cenas con nosotras esta noche? Encargaremos unas pizzas y nos las comeremos tranquilamente en la terraza. ¿De acuerdo?

—Estaré encantado, pero tendrá que ser tarde, porque yo termino tarde mi trabajo.

—Te esperaremos, ¿verdad, Nina?

Nina sabía cuál era la intención de su madre: sin duda que pretendía que encontrara alguien con quien distraerse cuando ella estuviera con su amante, por eso no estuvo de acuerdo con su madre.

—No sé, pero yo no quiero acostarme muy tarde; tal vez otro día, cuando Nano tenga el día libre...

—Yo no tengo ningún día libre —interrumpió Nano—, trabajo todos los días de la semana, solo por dos meses. Pero no se preocupe, le agradezco el detalle, que es lo importante. Nina debe estar cansada...

—Sí, estoy cansada; bueno, adiós, Nano. Tenemos que darnos prisa porque está a punto de llover. ¡Se está preparando una buena tormenta!

Nina urgió a su madre para que llegaran cuanto antes al apartamento, pero no era por temor a la lluvia, sino por temor a que hiciera su voluntad buscándole alguien que la entretuviera.

—¡Hija, eres incorregible! ¿No tienes corazón? ¿Cómo puedes tratar así a este muchacho? No puedes estar cansada.

—Mamá, no insistas en buscarme alguien que me entretenga mientras tú te acuestas con tu amante. ¡Prefiero estar sola! ¿De qué podríamos hablar?: «Gracias por distraerme mientras mi madre se acuesta con su jefe. No; no es una cualquiera, solo que es muy liberal y no encuentra raro acostarse con un hombre casado durante sus vacaciones».

La madre reaccionó con agresividad.

—¡Nina, estás agotando mi paciencia! ¡Creo que estás decidida a arruinarme estas vacaciones!

—¡Dame el dinero para el viaje y me voy ahora mismo con los abuelos!

—Cuando seas mayor de edad podrás hacer lo que mejor te parezca, pero hasta entonces tendrás que estar a mi lado. Puede que no sea una madre ejemplar, pero al menos me he propuesto darte los medios para que completes tu educación. Después podrás valerte por ti misma y hacer lo que te parezca bien. Solo te pido que hagamos llevadera nuestra relación hasta que llegue ese día. ¡No es mucho lo que te pido!

Las dos mujeres permanecieron en silencio hasta llegar a su apartamento sin que descargara la amenazante tormenta. Fuertes vientos del interior disipaban los oscuros nubarrones. La madre de Nina se retiró a su dormitorio y Nina prefirió recostarse sobre una hamaca de la terraza y contemplar fascinada los nuevos nubarrones cargados de electricidad que reemplazan a los disipados por el fuerte viento.

Nina recordó su primer encuentro con Nano y la impresión que le causó el color verde mar de sus ojos, y reconoció que su madre llevaba razón: había sido muy descortés con él. Sintió la necesidad de disculparse lo antes posible. Saltó a la playa desde la terraza y se encaminó al bar de Nano para disculparse y avisarle que aceptase la invitación de su madre para cenar juntos cuando estuviera libre de su trabajo.

Una súbita lluvia torrencial interrumpió su camino y corrió a refugiarse bajo el porche de un piano-bar situado bajo la terraza del restaurante. El local era una amplia sala decorada con artes de pesca. La mitad del casco de una barca servía de barra y de las paredes colgaban numerosas postales, enviadas desde sus respectivos lugares de residencia, por veraneantes que habían estado allí. Junto a las postales colgaban fotografías de personas y grupos sonrientes, fotografiados en el mismo bar, que habían dejado como recuerdo de sus vacaciones en aquel lugar. En el fondo de la sala había un pequeño escenario, donde cada noche actuaba algún cantante o músico espontáneo que veranease en la localidad, el resto eran sillas y mesas para los asistentes a esas actuaciones. El local carecía de ventanas y estaba sumido en una penumbra que daba relieve al escenario, iluminado con uno de los pocos focos de luz eléctrica de la sala.

Cuando cesó el estruendo de la lluvia torrencial, del interior del local se escuchaba el sonido de una guitarra, que interpretaba improvisaciones de gran armonía y belleza musical.

—¡Estoy soñando o alguien está interpretando música clásica con una guitarra!

Nina entró en el bar de donde provenía la música y, para su asombro, el guitarrista era Nano, que sentado sobre un taburete en el pequeño escenario, estaba ofreciendo un breve recital a los clientes del local. Nano la vio entrar y le dirigió una sonrisa como saludo. Nina le devolvió el saludo con otra tímida sonrisa y un leve gesto con la mano, y permaneció inmóvil como si la música de Nano la hubiese encantado, hasta que finalizó su actuación.

Nano combinaba su trabajo como camarero y responsable de las hamacas, con breves interpretaciones con la guitarra en aquel piano-bar, y por las noches, al finalizar su trabajo en la playa, acompañaba a los cantantes espontáneos. Cuando Nano finalizó su breve concierto, Nina se acercó al escenario con una mal disimulada expresión de asombro.

—¡Nano, tocas muy bien la guitarra!

—No tan bien como sería mi deseo, pero estudio en el Conservatorio para ser un buen guitarrista...

—¿Estudias música? —Nano afirmó con un leve gesto de cabeza, y lo acompañó con un armonioso acorde.

—Yo también estudio música, y también toco la guitarra, aunque no tan bien como tú, ¡quiero ser una gran cantaautora!

—¡Nina y Nano! ¿No sería un buen nombre para un dúo? Tal vez, si no te acostaras temprano, podías venir esta noche a escuchar a los cantantes espontáneos. Son pésimos, pero divertidos. Pero si te animas tú también podrías cantar alguna canción, este auditorio no es muy exigente. Después podíamos cenar juntos las pizzas que había comentado tu madre.

Nina se sintió atrapada, pero la favorable impresión y la sorpresa que le había causado el descubrimiento de la vocación de Nano venció, y aceptó la invitación.

—¡De acuerdo, Nano, aquí estaré!

Cuando Nina regresó al apartamento y comentó con su madre su asombroso descubrimiento y lo que había acordado con Nano, no podía ocultar su satisfacción por el cambio de humor de su hija. Su encuentro con Nano había sido providencial. Creía que Nina podría tener su primera aventura amorosa, lo que la haría más comprensiva y tolerante.

—¡Quién nos iba a decir que el chico de las tumbonas era un músico excelente! ¿Te alegras ahora de haber venido?

Nina tuvo que reconocer que aquel inesperado descubrimiento le había hecho olvidar por unos momentos su propósito de mantener su negativa opinión sobre el comportamiento de su madre. Ahora estaba pensando en la propuesta de Nano de cantar alguna canción en aquel bar de aficionados, y se sintió inspirada para componer ella misma la canción que podía interpretar, y en el tiempo que tenía hasta regresar al bar.

—Sí, mamá, pero eso no quiere decir que apruebe tu conducta.

—Me he resignado ya, pero al menos espero que nos llevemos mejor. Solo son dos semanas. ¿Podrás hacerlo?

Nina no quería que las tensas relaciones con su madre anulasen su inspiración, y cedió a sus deseos.

—De acuerdo, mamá, lo intentaré.

Cuando llegaron al apartamento Nina desenfundó su guitarra y salió a la terraza. Sacó una hoja de papel pautado de una carpeta y escribió las primeras notas de su improvisada canción.

—¿Nina, no vas a dormir la siesta? —comentó la madre extrañada por el nuevo comportamiento de su hija.

—No, mamá, quiero componer una canción para interpretarla esta noche en el bar de Nano.

—Me parece una maravillosa idea, Nina. Te dejo sola para que no pierdas la inspiración.

—Gracias, mamá.

Cuando se quedó sola pensó que necesitaba una letra para componer después la melodía. Recordó el color de los ojos de Nano y su parecido con el color del mar y escribió sin saber de dónde provenían unos inflamados versos en el dorso de la partitura:

Cuando escribió el último verso no sabía de dónde habían surgido. Pero no comprendía por qué uno era tan trágico. Porque no tenía nada que ver con su estado de ánimo en aquellos inspirados momentos.

Compuso después la melodía, y se maravillaba de sí misma, por haber sido tan fácil componer aquella breve pero apasionada canción. La cantó varias veces para memorizar la letra y cuando su madre despertó de su siesta, la canción ya estaba completamente terminada.

La madre había escuchado la última vez que Nina la cantó y estaba asombrada de la transformación de su hija, que a juzgar por la letra era evidente que se había enamorado de Nano, pero no quiso violentarla y no hizo ningún comentario sobre esta posibilidad.

—Es una bonita canción, Nina, ¿la has compuesto tú?

—Claro, no hay nadie más aquí, ¿Quién podía haberla compuesto?

—Pues mi enhorabuena, porque es una hermosa canción. Tendrá mucho éxito esta noche en el bar de Nano.

A medida de que se aproximaba el momento de su actuación, Nina se sentía más nerviosa e insegura. Nunca había cantado ante un público tan variado y esa era, además, la primera vez que lo hacía con una de sus propias composiciones.

—Mamá, voy a dar un paseo sola por la playa, quiero quitarme los nervios por lo de esta noche.

—Está bien, lo comprendo. Yo aprovecharé para hacer las compras para la cena.

Cuando estuvo en la playa, Nina se encaminó en dirección a los acantilados. Un grupo de jóvenes jugaban un partido de balón-bolea, en los límites de la playa, en una zona reservada para la práctica de los deportes. En una de las boleas el balón fue a para a sus pies. Uno de los jóvenes vino en su busca. Cuando estuvo cerca de ella, Nina reconoció asombrada que era un compañero de su academia de música.

—Nina, ¡qué sorpresa! ¿Veraneas también tú aquí?

—Sí, Marc, paso dos semanas con mi madre. ¡Qué increíble coincidencia! ¿Has venido con tus padres?

—¡Qué remedio, no tengo medios para veranear por mi cuenta!

—¿Por qué no vienes esta noche al piano-bar que hay debajo del restaurante? ¡Voy a cantar una canción que he compuesto hoy mismo!

—Dalo por hecho, allí estaré. Y tú, ¿por qué no te unes a nuestro grupo? Aquí no hay muchas cosas para entretenerse, es un lugar para viejos, y tenemos que buscarnos la manera de divertirnos. Mañana Carmen, una chica de nuestra pandilla, da una fiesta de despedida en el chalet de sus padres. ¿Por qué no vienes tú también?

—Gracias, Marc, ya lo hablaremos esta noche en el bar.

—¡Vale, nos vemos allí!

Nina prosiguió su paseo, mientras el grupo de jóvenes reemprendían el juego. Al llegar a los límites de la playa, se dejó caer apesadumbrada sobre la arena.

El sol del crepúsculo bordeaba el horizonte del lado de las laderas del interior y las sombras de las casas de veraneo se alargaban, hasta dejar la playa en la sombra. Los veraneantes abandonaban las hamacas con movimientos lentos y perezosos, y se encaminaban sin prisa a sus respectivas residencias. Algunos perros abandonados por los veraneantes merodeaban por los alrededores de los restaurantes, o se sentaban sobre sus cuartos traseros y esperaban pacientemente a que alguien les arrojase algún resto de comida.

Nina regresó sin prisa, caminando con parsimonia, porque no deseaba encontrarse de nuevo con su madre. Cuando le dijera que se había encontrado con un compañero de su academia, y que estaba con sus padres, sería inevitable que se encontrasen en un lugar tan reducido. Marc podía presentar sus padres a cualquiera de sus amigos, pero Nina tenía que ocultarles a su madre, porque se avergonzaba de su conducta inmoral.

Estaba todavía a mitad de camino cuando se encontró con Nano, que parecía excitado y la estaba buscando.

—¡Por fin te encuentro!

—¿Pasa algo, Nano?

—¡Claro que pasa algo! Esta noche tenemos un oyente de excepción: el director gerente de una importante discográfica, que acaba de llegar a su casa de veraneo de la ladera, y nos ha confirmado que vendrá al bar esta noche. No sé lo que quieres cantar, pero sea lo que sea ¡lo tenemos que ensayar!

Nina sintió que asumía una responsabilidad para la que no estaba preparada. Ella solo pretendía pasarlo bien haciendo lo que más le gustaba, y ahora parecía como si estuviera en juego sus sueños del futuro.

—He compuesto una pequeña canción para esta noche. Tal vez le guste

—¿Puedo escucharla?

—Vamos a mi apartamento y te la cantaré.

Cuando llegaron al apartamento, coincidieron con la madre que cargaba con dos grandes bolsas del supermercado local, con todo lo necesario para la cena y para los días sucesivos.

—¡Un robo! ¡Aquí todo es carísimo! Si vuelvo otro año me traeré provisiones para todas las vacaciones! Nano, ¿no deberías estar en tu trabajo? ¿Sucede algo?

—Espero que mi jefe no me eche en falta. Es un tirano, pero tenía que encontrarme con Nina. Pero no perdamos el tiempo. Enséñame la partitura de esa canción.

Nina le mostró las hojas de papel pautado donde había escrito la melodía, y donde estaba también escrita la letra en la parte correspondiente a la melodía. Nano la tarareó según la iba leyendo, y su expresión ganaba entusiasmo a medida que progresaba. Cuando la finalizó, permaneció unos instantes pensativo y, de improviso, se volvió hacia Nina, y exclamó sin disimular su asombro:

—¡Nina, es magnífica! ¡Cántala!

Nina se sentía halagada, pero al mismo tiempo, sentía cierto rubor de cantar su canción ante la persona que la había inspirado. Pero accedió.

Cuando finalizó, Nano le hizo una pregunta que para ella no tenía respuesta.

—Nina, ¿en quién estabas pensando cuando escribiste la letra de esta canción? ¡Empieza felizmente, pero habla de una tragedia! ¿Por qué?

—No lo sé, me salió así.

—Bueno, dejemos eso ahora. Llévate tu guitarra. Yo me llevo esta partitura para hacer unos arreglos para una segunda guitarra. ¡Tu actuación tiene que ser perfecta!
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