14. En busca de Nina





La madre de Nina no podía ocultar su inquietud cuando anunciaron la entrada en pista del vuelo en el que llegaba su ex-marido.

«No puedo ser sincera. Si le digo la verdadera razón por la que Nina se ha escapado, él también me rechazará. Tengo que pensar algo que pueda creer y que no le escandalice. Le diré que Nina se ha escapado porque no toleraba que yo invitase a pasar unos días con nosotras, en nuestro apartamento, a un buen amigo mío. Sí, eso parece razonable. No puedo mencionarle la existencia de las fotografías, se escandalizaría y huiría también de mí, como ha hecho Nina.»

Durante la espera de la llegada del vuelo recordó con nostalgia los primeros felices años de su matrimonio. Se conocían desde niños, porque vivían en el mismo vecindario. Él tuvo una forma muy peculiar de declararse, porque los dos tenían un gran sentido del humor y se tomaban pocas cosas en serio.

Fue durante un domingo en la playa de una populosa localidad costera, al norte de su ciudad. Por entonces él era un flamante abogado de 30 años, y había conseguido un lucrativo empleo en una gran multinacional.

Ella había cumplido 26 años, y tenía un carácter alegre y amistoso. A su lado nadie podía aburrirse.

Él había ido a comprar dos grandes helados de fresa, y regresaba de vuelta con ellos cuando tropezó en su toalla y ambos helados fuero a caer sobre el escote del bikini. Él intentó recuperar los helados y volver a ponerlos dentro de sus cucuruchos vacíos, pero fue inútil. Laura no se enfadó, y después de recuperarse de la impresión, le dijo:

—¡Buen servicio! Gracias por los helados, pero la próxima vez no es necesario que utilices el servicio de urgencia.

Él también tenía un gran sentido del humor y siguió aquella disparatada conversación.

—¡No los traía para comerlos, sino para refrescarte!

—Pues vuelve a por otros dos, pero de vainilla y chocolate, porque los de fresa ya me ha refrescado bastante.

—No puedo volver…

—¿Por qué?

—Porque me prometí desde que era un niño que si algún día cometía la torpeza de dejar caer un helado de fresa sobre una mujer, tendría que casarme con ella.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo, o es una excusa para no ir a buscar los helados?

—¿Yo he dicho eso? ¡Pero ya que insistes, de acuerdo, me casaré contigo!

A lo que ella respondió:

—Tu mamá no te ha enseñado que a las mujeres no se las conquista solo con un helado?

—Si, me ha enseñado que las mujeres son como los helados, ¡cuando se calientan se derriten!

—Tienes una madre muy sabia, no estaría mal tenerla como suegra.

—Eso tiene fácil solución, y solo te va a costar dos palabras: «Si, quiero».

—¿Y si no quiero?

—¡No habrá helado de vainilla y chocolate!

—¡Creo que serías un marido muy cruel!

—Solo te torturaré los sábados, a la hora del partido!

—¿Y que harás por las noches?

—¡Te refieres a eso!

—¿Sí, a eso!

—Lo que hace todo el mundo.

—¿Y qué hace todo el mundo?

—¡Procurar que siempre haya gente en el mundo!

—¿Está bien, me has convencido: aceptaré ese helado de vainilla y chocolate, pero sin servicio de entrega urgente!

De esta manera tan desenfadada fue como se declaró a Laura. Para ellos la vida era un juego divertido, y había pocas cosas que se las tomaran en serio. Cuando se casaron y le preguntó el sacerdote si le aceptaba por esposo, ella dijo:

—Si, quiero, pero que sea un secreto entre los tres.

—¿Por qué? —preguntó el sacerdote asombrado.

—¿No querrá usted que se entere mi marido?

A lo que él respondió:

—¡No le haga caso, padre, solo quiere darme celos!

Laura todavía sonreía cuando recordaba aquellos tiempos felices, pero el aviso de llegada del avión le devolvió al mundo real, que ya no era ni feliz ni gracioso.

Los pasajeros del avión ya habían desembarcado y comenzaban a salir los primeros por la puerta de embarque. Laura se arregló los cabellos con un gesto incontrolado. Temía que no la reconociera, porque aquellos años habrían dejado en su rostro las huellas del tiempo. ¿Y él, qué aspecto tendría? ¿Lo reconocería? Estaba tan ensimismada en estos pensamientos que no fue consciente de la presencia de su ex-marido hasta que estuvo frente a ella.

—Laura, ¿es que ya no te acuerdas de mí? ¿No merezco siquiera un saludo?

Laura volvió en sí, pero fue tal la impresión que le causó el nuevo aspecto de su ex-marido, que durante unos instantes fue incapaz de reaccionar y devolverle el saludo.

—¡Perdona, estaba distraída! ¿Cómo estás?

—Estoy muy preocupado por Nina. Todavía no puedo creerme que se haya escapado.

—Sí, yo tampoco puedo creerlo…

—¿Conoces al chico que la acompaña?

—Sí, lo conozco, es un gran músico y un joven responsable. No puedo creer que fuera él quién convenciera a Nina para que se escapara.

—¿Eran novios?

—Nina le admira y pensaban formar un dúo. Creo que estaba enamorada de él, ¡y es su primer amor!

—Esa no es una razón para arriesgarse a una aventura tan peligrosa. ¡Tiene que haber sucedido algo más grave!

La madre de Nina presintió que su ex-marido esperaba de ella algo más para que Nina tomase aquella dramática decisión, pero ella se sentía incapaz de sincerarse y contarle la verdadera causa, y le expuso la razón que había previsto.

—Creo que la causa fue que invité a pasar unos días con nosotras a un amigo mío. ¡Es por mi culpa, ella no deseaba venir, pero pensé que le sentarían bien unos días de descanso en la playa…

—Está bien, dejémonos ahora de lamentaciones. Yo también soy en parte culpable. Los hijos de divorciados siempre padecen de algún trauma, ¡Nina no es una excepción!

Laura se sentía insignificante y perversa al lado de su ex-marido. No había en él ni el menor rastro del hombre del que se divorció. Había adquirido un aspecto respetable, seguro de sí mismo y tolerante. También su aspecto físico se había transformado. Conservaba todavía abundante cabello, pero plateaba en las sienes, parecía más fornido y de movimientos ágiles y precisos. Incluso le impresionó sus forma de vestir, con prendas de estilo casual, pero perfectamente combinadas. Tenía todo el aspecto de una persona al cargo de grandes responsabilidades profesionales. Pensó que aquella asombrosa transformación debió ser el resultado de su reincorporarse al ejercicio de su profesión, después de dos destructivos años de desempleo.

La preocupación por el paradero de Nina le impedía interesarse por aspectos más triviales y personales, pero Laura deseaba saber la causa de todos aquellos asombrosos cambios.

—Esta noche no podemos hacer nada —comentó él—, mañana empezaremos la búsqueda. He traído algunas fotos de Nina, pero no son recientes.

—Yo tengo en el móvil algunas fotos que le hice durante su actuación.

—¿Actuación?

—Sí, tu hija será una gran cantante y compositora. Con la ayuda de su amigo Nano, tuvo un enorme éxito con una de sus primeras canciones, en una actuación en un piano-bar del pueblo donde veraneamos.

—Entonces ya tenemos una pista: tendremos que buscar en lugares donde actúen músicos. Es posible que hayan pensado ganarse la vida con actuaciones callejeras.

—¡Desde luego que no ha heredado nada de nosotros! Nina es como mi madre. En su juventud llegó a cantar en todas las celebraciones del barrio. ¡Nina adora a su abuela!

—Ya tendremos tiempo de hablar de Nina y pensar en su futuro, pero ahora tenemos que buscar un hotel para esta noche.

—Estamos a solo unos pocos kilómetros del pueblo donde todavía tengo un apartamento alquilado. Podemos pasar allí esta noche.

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