15. La policía





Nina no podía conciliar el sueño y contemplaba las esporádicas luces de caseríos que aparecían en la lejanía dispersos en las tinieblas. No podía apartar de su mente la imagen de su madre, y lo que pudiera estar haciendo en aquellos momentos. En el otro asiento, la joven madre y su bebé dormían plácidamente, arrullados por el rumor del autobús. Nano también se había dormido, y se apoyaba en un precario equilibrio sobre el respaldo reclinable del asiento. Nina le contemplaba y se sentía afortunada por haberle conocido, porque aquella amistad daría sus frutos. Estaba segura de que si no sucedía algún imprevisto que le obligara a separarse de él, con su ayuda y su inspiración, compondría muchas bonitas canciones.

Dos horas después de su salida, el autobús entraba en la localidad donde tenía prevista la primera parada. Las luces de las farolas que iluminaban la entrada despertaron a Nano.

—¿Ya hemos llegado? —exclamó todavía somnoliento.

—No, Nano, creo que es solo la primera parada. Necesito bajar del autobús y estirar las piernas, las tengo entumecidas.

—Entraron en la estación de autobuses, donde nuevos viajeros, con el mismo desolador aspecto, esperaban su llegada. La joven madre y su bebé también se habían despertado, y el bebé volvió a llorar todavía con más energía. Los viajeros estaban molestos y parecían recriminar a la madre por no hacer algo que le hiciera callar. Nina se interesó por la causa de aquel persistente llanto.

—Tendría que cambiarle los pañales, pero no sé si me daría tiempo.

—Le preguntaré al chófer. No puede ir sucio todo el viaje! Nano, acompáñame, quiero preguntarle al chófer cuánto tiempo tiene de parada.

Descendieron del autobús y entraron en el bar de la terminal, donde el chófer conversaba con dos hombres de aspecto sobrio. Tenían las chaquetas colgadas en el respaldo de la silla, y por su similitud Nano pensó que debían ser uniformes. Se acercó a ellos con el pretexto pedir un refresco, y vio dos placas en sus bolsillos, por lo que dedujo que debían ser policías. Pagó el refresco y se reunió con Nina.

—¡Nina, aquí termina por el momento nuestro viaje!

—¿Por qué, Nano? —preguntó ella alarmada.

—Porque hay dos policías con el chófer y seguramente que subirán al autobús para comprobar la identidad de los pasajeros. Tenemos que recuperar nuestro equipaje con alguna excusa. Sí, diremos que tenemos que volver por que nos han comunicado la muerte de un familiar.

En efecto, tal como había deducido Nano, los dos eran policías y subieron al autobús, mientras ellos recuperaban sus mochilas y las guitarras. Momentos después el autobús partía de nuevo sin ellos dos.

Nina y Nano se sentaron apesadumbrados en uno de los bancos de la terminal, y, a pesar de aquel inesperado contratiempo, se sentían aliviados, porque habían superado la primera prueba de su arriesgada aventura. En pocos minutos la terminal de autobuses se había quedado desierta y el bar cerró sus puertas. Se apagaron la mayoría de los focos que iluminaban el aparcamiento, y tan solo quedó iluminada la estancia donde ellos permanecían confusos y desorientados.

—¿Dónde estamos, Nano? ¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Nina angustiada.

—No lo sé, Nina, pero algo se me ocurrirá…

—Un vigilante de la terminal entró de improviso en la sala y de nuevo se alarmaron, pero solo les advirtió que debía salir, porque tenía que cerrar la terminal hasta la llegada del próximo autobús. Cargaron con las mochilas y las guitarras y momentos después se encontraban en una desolada avenida, de las afueras de la localidad.

—¿Y ahora qué hacemos, Nano?

—Buena pregunta, Nina, ¡ojalá pudiera contestarla! Si pudiéramos llamar un taxi…

—¿Y a dónde le decimos que nos lleve?

—Puede que en el centro haya movimiento y algún café esté todavía abierto.

—No me vendría mal, porque empiezo a tener hambre.

—¿Estás descansada para caminar? No podemos quedarnos aquí, tenemos que ir al centro y no hay otro medio que ir andando.

—Está bien, Nano, espero que no esté muy lejos.

Caminaron durante más de media hora, pero no llegaron a ningún lugar que pudiera ser el centro, y todos los bares y restaurantes estaban ya cerrados. Nina estaba exhausta. De improviso se encontraron en un espacioso y bien cuidado paseo protegido por un muro de contención contra el crecimiento de las mareas o las fuertes olas de los temporales. A lo largo del paseo había lujosas viviendas de veraneo. La mayoría no parecía que estuvieran habitadas.

Una de ellas, ya al final del paseo, estaba profusamente iluminada y les llegaba el sonido de música de los últimos temas más populares del momento.

—Deben estar celebrado una fiesta. Si nos acercamos creerán que somos parte de ella y podremos descansar en la playa.

El amplio jardín de la lujosa vivienda estaba profusamente iluminado con farolillos chinos, y un grupo de niños y adolescentes, ataviados con prendas de dormir, celebraban un pijama-party.

—Parecen divertirse —comentó Nina recordando a los que había asistido ella—. Me gustaría poder estar en esa fiesta en lugar de huir y escondernos como si fuéramos delincuentes.

Entraron en la playa al otro lado de paseo y se dejaron caer exhaustos sobre la cálida arena.

—¡Yo no puedo dar un paso más —se lamentó Nina—. Nos quedamos aquí pase lo que pase!

—Creo que aquí podemos descansar seguros, nadie pensará que no somos parte de la fiesta.

La noche era cálida, pero una fresca brisa secaba el sudor de sus frentes, porque vestían ropas demasiado abrigadas. El resplandor de los farolillos chinos iluminaba tenuemente la arena de la playa, pero no podían divisar la orilla del mar, tan solo les llegaba el monótono sonido de las olas al romper en la arena.

—Nunca he dormido en una playa, pero ahora que estoy aquí siento que es hermoso quedarte dormida contemplando las estrellas —comentó Nina—, aunque apenas se vean. Es una maravillosa sensación de libertad. Cuando todo esto pase, y no estemos huyendo de nadie, volveremos a estas playas y dormiremos sobre la arena las noches que sean claras y se vean las estrellas, ¿verdad, Nano?

—¡Por supuesto, Nina!

—Nano, tengo deseos de cantar, ahora me siento bien. Desenfunda tu guitarra y acompáñame.

Nina parecía sentirse transportada por arte de magia a un cielo estrellado suspendida en el espacio. Se sentía profundamente motivada por aquel sublime espectáculo y tarareó algunas frases musicales de una improvisada canción:



«Cuando estás a mi lado
las estrellas parecen reír
la luna parece soñar
el mar parece cantar.

Cuando estás a mi lado
el viento parece jugar
el sol parece besar
el cielo parece acariciar»



Cuando finalizó se escucharon unos aplausos que venían del paseo, y una mujer de mediana edad, vestida también con un camisón, se acercó a ellos y comentó entusiasmada:

—¡Bravo, bravo, preciosa canción!

Ellos se alarmaron, pero la mujer les tranquilizó.

—No os asustéis, soy la mamá de los niños que celebran el pijama-party. He salido porque hay demasiado jaleo allí dentro. Pero ¿quiénes sois y qué hacéis aquí? Pero ¡no me lo digáis porque lo puedo adivinar! ¿Cuánto hace que os habéis escapado de vuestras casas?

—¡Nosotros no…! —quiso protestar Nina, pero la mujer le interrumpió.

—No temáis, yo no os denunciaré. Sé que os habéis escapado porque la canción estaba rebosante de nostalgia; por eso me ha encantado. Me recordáis a mí misma. ¡Yo también me escapé de casa, y tenía una buena razón, como seguramente que la tendréis vosotros. Los adultos nos olvidamos de cuando éramos adolescentes e inocentes, y no entendíamos su corrompido mundo. Mis padres se peleaban constantemente, por causa de desavenencias con el dinero. Eran ricos, pero mi madre despilfarraba el dinero con sus extravagantes caprichos. Yo no lo pude soportar más y hui de casa, pero no tuve la suerte que tienes tu, niña, yo me escapé sola y mi aventura no duró ni 24 horas. Me encontraron llorando en el banco de un parque y me devolvieron a mi casa. Los adultos no entendían mis razones. Mi padres parecían muy afectados, pero una semana después volvían a pelearse. Fue un alivio que se divorciaran. ¿Os pasa algo parecido a vosotros? Pero, dejémonos de charlas y venid a la fiesta, quiero que cantéis para los niños, y después os podéis quedar a dormir en mi casa, pero mañana tenéis que proseguir vuestro camino, y a mí no me habéis conocido, ¿de acuerdo, niños? Pero cómo os llamáis, porque supongo que no os gusta que os llamen niños, aunque para mí lo sois todavía.

—Yo me llamo Nina y tengo casi 16 años —respondió Nina.

—Yo me llamo Fernando, aunque todos me llaman Nano, pronto cumpliré 18 años.

—Que curiosa coincidencia: Nina y Nano. ¡Un nombre perfecto para un dúo! Yo me llamo Sofía, aunque mis hijos me llaman simplemente «Sofi».

Nina y Nano recogieron sus mochilas y entraron en el amplio jardín de la casa, ante la mirada curiosa de los niños que participaban en la fiesta.

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